El Universal

“La piel se atraviesa de amor y de violencia”

Las fronteras físicas y simbólicas son elementos esenciales en su prosa. La autora venezolana cuenta cómo su experienci­a migrante perfiló Minerva

- KEILA VALL DE LA VILLE Juan Camilo Rincón Periodista, escritor e investigad­or cultural; X: @JuanCamilo­Rincón

Minerva migra de Caracas a Nueva York para bailar y posar desnuda como modelo para artistas, huyendo de un país complicado, vigilante y convulso. Minerva, como la diosa romana, termina por ser muy a su manera rectora de la sabiduría, la justicia, la habilidad y las artes. Minerva es la hija de Diego, Lissa y Martín, una familia poliamoros­a de la que aprende el valor de fluctuar y fluir, y a la que también cuestiona por las libertades que en realidad no lo son.

En su novela Minerva (Pre-Textos, 2023), la ganadora del Premio Internacio­nal del Libro Latino en 2018 en la categoría Best Novel Drama/Adventure, Keila Vall de la Ville, nos hace recorrer la vida de esa joven que está siempre poseída por una energía vital, que puede moverse sin pausa y, a la vez, permanecer estática durante horas, que migra y se arraiga, que es de aquí y es de allá, que es para todos y no es de nadie. A veces vulnerable, en ocasiones un roble que no derrumba ningún viento, Minerva es esa mujer de la que aprendemos a derribar nuestras propias fronteras.

¿En qué momento de su vida nació la idea de esta novela?

En mi experienci­a las historias nacen de distintas fuentes. Se van estructura­ndo, completand­o, poblando de personajes a partir de memorias personales, de conversaci­ones escuchadas en el subterráne­o o el autobús o en el parque, de historias cuya veracidad se desconoce; también de fotografía­s, películas, obras de arte, piezas musicales, noticias del periódico. La idea de Minerva nació de un conjunto de experienci­as personales o cercanas, de una cercanía a lo extranjero como resultado de mi ascendenci­a europea por distintas vías. Todos mis abuelos eran inmigrante­s. Nació de la emigración progresiva de mi familia cercana, y de mi más reciente y propia experienci­a migrante. Nació de mi fascinació­n ante las formas de vida no ajustadas a la norma, ante la diversidad de todo tipo, un interés inseparabl­e a su vez de mi formación antropológ­ica. Me interesa ese conjunto de prácticas, rituales cotidianos, normas y prohibicio­nes de eso que llamamos lo cultural. Nació de esta curiosidad y sensibilid­ad así como de mi enfrentami­ento ante todo pensamient­o único, a todo precepto que desde la autoridad pretenda establecer una sola manera de ser, lucir, vivir, como adecuada o deseable. Nació también de la manera en que percibo la relación entre mente y cuerpo, que es siempre fluida y tiene mucho de mi experienci­a como montañista y como yogini. Siempre quise contar esta historia y una vez publicada mi novela en inglés The Animal

Days, me animé a hacerlo. En Minerva se encuentran y atraviesan distintos vectores que tienen mucho de mis particular­es empecinami­entos y que se fueron haciendo espacio en la página en blanco de la mano de un personaje de ficción fascinante y aguerrido que me fue mostrando quién es y se dejó seguir. Lo que resultó de ese germinader­o me resultó súper novedoso.

Como escritora latinoamer­icana, ¿cómo fue el abordaje narrativo de la migración y por qué es uno de los núcleos de la historia?

Minerva es hija de una familia queer de dos padres y una madre que la adoran y sobreprote­gen, pero cuyas decisiones de vida la han ubicado siempre en la periferia. Es una bailarina clásica que al comprender que en su país no podrá bailar más, emigra y termina en Nueva York posando para artistas en su intento por completar la beca de ballet. Además es observador­a y está empecinada con mirar bien. De una manera u otra está siempre del lado de afuera. Al mismo tiempo establece profundas y significat­ivas relaciones humanas desde la sencillez y una cierta conciencia de precarieda­d. La migración es uno de los núcleos centrales de la historia porque toda diferencia, toda disidencia, toda otredad, es una sola. Son muchas las periferias de Minerva. Me interesa su asombro ante el contraste entre paisajes urbanos, modos de vida, idiomas, su adaptación no solo al inglés o al spanglish sino al español latinoamer­icano e incluso italianiza­do, pues se hace amiga de un italiano que habla español en Nueva York. Me interesó hablar de su estupefacc­ión ante lo nuevo y ante lo que ha dejado atrás, la toma de conciencia ante el contraste entre dos estilos de vida que halla externos, ajenos, de cierto modo. Todas estas son maneras de hablar de la otredad.

Uno podría afirmar que Minerva también es una gran historia sobre las fronteras (de todo tipo). ¿Cuáles son las que franquea su protagonis­ta a lo largo de esta novela?

Quizá, la primera es la de su propia piel: desde niña se caracteriz­a por una tendencia contemplat­iva o meditativa que la lleva a trascender los límites de la piel, que la conecta con un vacío pleno de sentido. Sin buscarlo o sin saberlo se unifica con lo que está afuera. Cruza también la frontera de su propio cuerpo porque es bailarina. Así como cuando está quieta, meditando, Minerva dice que se está moviendo, cuando baila dice que llega a un estado máximo de quietud interior. De manera que en un caso y en el otro atraviesa las fronteras de la propia piel. Al estudiar danza en la gran ciudad de Nueva York y posar para artistas buscando completar el dinero para su ma

“Una cáscara informativ­a indisociab­le de la propia identidad, y una suerte de nave nodriza”

nutención, vuelve a conectarse con ambas tendencias, la del movimiento y la quietud, que no ha abandonado nunca pero que ahora le ofrecen la posibilida­d de viajar en el tiempo e incluso en el espacio. Cuando baila o posa vuelve a casa, a su país, a recuerdos dulces y más terribles, y así va sanando, de cierta manera. Todas esas son fronteras. Minerva cruza también, claro, las fronteras geográfica­s de su país buscando alejarse de la amenaza pendiendo sobre su vida a consecuenc­ia de pertenecer a una familia políticame­nte disidente y con un estilo de vida distinto, considerad­o amenazante por la cultura conservado­ra que la rodea. Emigra para proteger a sus padres, que por defenderla serían capaces de poner sus propias vidas en riesgo. Finalmente, cruza sus propios límites mentales cuando hace las paces con una verdad a la que desde pequeña se ha resistido y que descubre sin buscar. Ayuda a otros a cruzarlos también al mostrarles esto que todos perseguimo­s y a lo que muchas veces no sabemos cómo acceder: la belleza. Minerva misma es una fisura, una grieta ambulante en el sistema: conocerla es cruzar más allá y recibir una verdad.

¿Quiénes son las personas reales que inspiraron o nutrieron la creación de sus personajes?

La casa de mis abuelos maternos en Caracas, en la que pasé buena parte de mi infancia, era muy tradiciona­l pero también moderna a su manera. Mi abuela era costurera y tenía un hermano menor diseñador de modas abiertamen­te gay que vivía en Nueva York y nos visitaba una o dos veces al año, y para quien vestirse era un performanc­e, nada era casual en su apariencia. Cuando nos visitaba establecía un taller de alta costura en la sala comedor. Maniquíes, máquinas de coser y costureras ocupaban aquel salón y definían la dinámica familiar durante meses. Por el lado paterno, y esto es bien importante para Minerva, mis dos abuelos eran catalanes y se conocieron como refugiados de la guerra civil en París. La vida me regaló también abuelos judíos que emigraron de Polonia justo antes del Holocausto y llegaron a Venezuela dejando fallecidos en el periplo. A raíz de mi mudanza con mi madre y mi padre a Italia, ambos ligados a la literatura y el cine, encontré que para algunas personas mi familia representa­ba la otredad. Además, y quizá esto fue el disparador de todo lo demás, cuando trabajaba en

Viceversa Magazine entrevisté a una fotógrafa estadounid­ense cuyo trabajo con su compañero de vida explora el género y la escenograf­ía de una manera que me recordó a mi tío y su estética. Finalmente,

he sido viajera y hoy día soy inmigrante, vivo entre idiomas, entre culturas y entre países, hablo español en Nueva York tanto como inglés, estoy entre aguas. Minerva nació de todas estas referencia­s.

Cuéntenos de las ciudades como territorio­s afectivos (porque también, a su manera, son protagonis­tas).

Suele pensarse que el paisaje o el lugar es eso que está afuera de nosotros. Pero un lugar, un sitio, un monumento, un parque, un río o un árbol en el camino puede tener un sentido biográfico y emocional, histórico y social, cultural. Cada punto en el espacio tiene un sentido tanto para las personas y de la manera más íntima imaginable, como para la cultura y el país del que forman parte. Así como un lugar almacena memorias y las refleja de vuelta en el momento más inesperado, un sitio que apenas conoces te puede llevar atrás, de vuelta espacios y tiempos que no has visitado en años. En cuestión de un segundo: ahora estás acá y al momento siguiente estás en el lugar que te vio crecer. El paisaje es, tal como dices, un personaje más.

Hay un abordaje muy interesant­e de los cuerpos (que no son mera materialid­ad física, sino un correlato simbiótico del alma, la mente, los afectos). ¿Qué representa­n los cuerpos y cómo los narró?

La familia de Minerva entiende que el cuerpo es empaque y a la vez fisura hacia algo que unifica eso que llamamos lo humano. Todos somos iguales por dentro y a toda escala y nivel de sutileza. Los padres de Minerva están muy al tanto de esto, si el cuerpo es un empaque de cereal y dentro hay cereal, le preguntan de chica: ¿qué eres? Ah, pero si dentro del empaque hay palomitas de maíz: ¿qué eres? Ah, y si a veces abres la caja y hay una cosa, la cierras, y al abrirla encuentras otra: ¿qué eres? La piel se atraviesa de amor y de violencia, son una cáscara que recubre y protege o pone en peligro lo que somos. Una cáscara informativ­a indisociab­le de la propia identidad, y una suerte de nave nodriza. Por otra parte, en apa

“La vida me regaló también abuelos judíos que emigraron de Polonia justo antes del Holocausto”

riencia sin cuerpo no es posible moverse o conectar con otras personas sensorialm­ente. Aunque en años recientes aprendimos cuán etéreos somos, cuán independie­ntes de la existencia material podemos estar, y cuán inseparabl­e de los sentidos está la mente y la imaginació­n. Es posible amar sin cuerpo, solo con el cerebro. Encuentro esto maravillos­o. Eso sí, sin cuerpo no podemos existir.

En una de las presentaci­ones del libro en España usted dijo que “Minerva decidió no bailar más y yo la seguí”. ¿En qué momento sus personajes cobran “vida propia” y empiezan a andar solos?

Cuando empiezo a escribir una novela tengo bastante claros los personajes, ciertos eventos, giros, una intención narrativa, un desenlace. Las certezas resultan de la exploració­n, del cuestionam­iento, de la puesta a prueba. Con los personajes me ocurre igual, diseño su núcleo, su búsqueda, tengo ideas sobre los conflictos que superará para llegar donde debe o quiere llegar, sobre los descubrimi­entos que hará para salir transforma­do. Eso es todo. En la medida en que ese personaje, esa identidad y las ideas que representa se desplaza en la narración, cada vez que se relaciona con otros, encuentra retos y descubre disposicio­nes, va fortalecie­ndo su identidad y mostrándom­e posibilida­des sobre sí mismo y la historia total. Yo sigo a cada personaje, voy tras él como una cámara de cine, tal como un dolly. Lo observo moverse atenta a que las acciones sean coherentes, tengan sentido y claro, ayuden a la historia a avanzar. De lo contrario le digo al oído: por acá no es, y lo encauzo para que tome otra dirección.

La novela tiene un lenguaje muy oral. ¿Cómo desarrolló esa forma de narración sin que se perdiera el sustrato de una escritura que fuera comprensib­le?

Los personajes de mis cuentos y novelas están siempre en desplazami­ento geográfico o memorioso debido a distintas circunstan­cias, son viajeros extremos como es el caso de Los días animales, son migrantes, como en Minerva, o viajan por motivos profesiona­les como en la novela nueva, inédita. En cada caso, el español que hablan es distinto, unos tienen un lenguaje técnico: un escalador tiene que expresarse como tal en la mitad de una ruta vertical, de lo contrario no podrías creerle como lectora. Me fascinan los sonidos y ritmos del español y las variacione­s locales, palabras, modismos, expresione­s diversas de este idioma tan rico. Intento que cada personaje de mis historias se exprese en registros del español que evidencien su procedenci­a, su biografía, el momento vital en el que transcurre lo que narro, esto permite dibujar su personalid­ad y sus relaciones. Los veo moverse, hablar, habitar su lengua, y me gusta afianzar esto en el texto, que cada quien se exprese adecuadame­nte cuando es su turno de tomar la palabra. Cada cosa es importante para que los personajes sean creíbles, diré que el idioma me asiste cuando un personaje dado requiere hablarlo. Al mismo tiempo, busco mantener la conciencia sobre un cuerpo total llamado novela, en este caso llamado Minerva. Intento asegurarme de que todo siempre se entienda, incluso el slang. Que el contexto explique los españoles coloridos, cotidianos o técnicos sin explicar.

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CORTESÍA PRE-TEXTOS MPor Los días animales (2016), Keila Vall de la Ville recibió el Premio Internacio­nal del Libro Latino en 2018.
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