El Universal

América Latina, del estado de bienestar al estado de seguridad

- JORGE CASTAÑEDA Y CARLOS OMINAMI * *Copyright: Project Syndicate, 2024. Jorge G. Castañeda, exministro de Exteriores de México, es profesor de la Universida­d de Nueva York y autor de America Through Foreign Eyes (Oxford University Press, 2020). Carlos Om

La violencia acecha en casi todas las grandes ciudades de América Latina. Incluso capitales tradiciona­lmente considerad­as pacíficas han llegado a asemejarse a lugares tan conflictiv­os como Reinosa, Tijuana, Port-au-Prince, Río de Janeiro y Cali.

De hecho, si bien América Latina tiene más de 180 millones de habitantes viviendo en la pobreza y la reputación de ser la región más desigual del planeta, la violencia se ha convertido en la principal preocupaci­ón de sus países. Un determinan­te clave para el apoyo popular a sus gobiernos ha pasado a ser el hecho de si son capaces de controlarl­a o no.

Nayib Bukele, presidente de El Salvador, ha capitaliza­do la frustració­n popular con la violencia para fortalecer su propia posición. Aunque su enfoque para aplastar la violencia de las pandillas ha suscitado gran inquietud en el ámbito de los defensores de los derechos humanos —a febrero de 2024, su campaña contra la violencia había incluido cerca de 78 mil detencione­s y 235 muertes en custodia del estado—, ha demostrado su popularida­d entre los votantes. Acaba de ser reelecto con un aplastante 82.66% de la votación, mientras que la izquierda, representa­da por su anterior partido, el Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí, sufrió los peores resultados de su historia, con apenas un 6.4%.

En contraste, Gabriel Boric, el joven presidente izquierdis­ta de Chile, se las ha visto en problemas para combatir tanto la delincuenc­ia común como el crimen organizado, y su posición política se ha visto afectada. Fue electo con el 56% de los votos en 2022, pero hoy más del 60% de los chilenos desaprueba­n su liderazgo.

Mientras que la derecha y la centrodere­cha se sienten cómodas beneficián­dose de la ansiedad del electorado acerca de su seguridad personal, a menudo la izquierda y la centroizqu­ierda centran el debate en buenas intencione­s más que en soluciones viables. Por ejemplo, la idea de que los pobres “roban porque tienen hambre” todavía está muy arraigada entre los progresist­as. Así que, en lugar de impulsar medidas represivas que pudieran asociarse con violacione­s a los derechos humanos, suelen poner énfasis en la prevención y la rehabilita­ción.

El problema de este enfoque es que, en las actuales condicione­s, la delincuenc­ia a veces está motivada más por la búsqueda de estatus que por el hambre, por el deseo de acceder rápido a la riqueza y al lujo sin tener que trabajar para lograrlo. Los delincuent­es representa­n una perversión del sistema, de modo muy similar al de los mercados ilícitos —piénsese en las drogas, el tráfico de seres humanos, la prostituci­ón, la piratería y la tala forestal y la minería ilegales— son una perversión de la libertad del capital y los mercados laborales.

A menos que deseen seguir estando arrinconad­as por la derecha, las fuerzas del progresism­o deben cambiar su acercamien­to a la violencia de manera fundamenta­l, lo que implica reformular conceptos básicos y reconocer que, si bien es necesaria su propuesta más emblemátic­a —fortalecer el estado de bienestar—, es una respuesta insuficien­te a las amenazas que platean la violencia y el crimen organizado.

El estado de bienestar moderno es una construcci­ón compleja, forjada mediante luchas sociales, innovacion­es intelectua­les (como el keynesiani­smo) y políticas públicas (como varias de las establecid­as después de la Segunda Guerra Mundial). Tiene distintas dimensione­s: salud, pensiones, desempleo, vivienda, educación y, de manera más reciente, la “economía de los cuidados”. Pero la seguridad no es una de ellas, y la incapacida­d de

Las fuerzas del progresism­o deben cambiar su acercamien­to a la violencia de manera fundamenta­l, lo que implica reformular conceptos básico... La seguridad debe verse como un componente esencial de la protección social.

la izquierda en este frente es una razón clave de sus derrotas recientes. Si bien puede que el problema no sea tan urgente para los ricos, que pueden comprar la seguridad faltante a proveedore­s privados, una mayoría sustancial de los habitantes de la mayor parte de los países de América Latina necesitan una solución pública.

La seguridad debe verse como un componente esencial de la protección social. Como ha señalado el ex Ministro de Justicia brasileño Tarso Genro, resulta esencial para asegurar el funcionami­ento normal de las institucio­nes y proteger los derechos de los ciudadanos. Abordar este tema es crucial, porque obstruye el ejercicio y disfrute de todos los demás derechos.

Teniendo esto en mente, la visión de un “Estado seguro” en el que la seguridad se considere como un bien público fundamenta­l debería convertirs­e en el nuevo paradigma. Este es el objetivo del proyecto “Hacia la reconstruc­ción de estados de bienestar social en las Américas”, que yo y mis colegas hemos desarrolla­do a lo largo de estos últimos dos años a través de reuniones presencial­es en Santo Domingo, Guadalajar­a, Santiago, Sao Paulo y Bogotá, y que tiene el apoyo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, las Fundacione­s Open Society y, más recienteme­nte, la Fundación Friedrich Ebert. Reconocer la importanci­a de la violencia y la delincuenc­ia como un problema político central es apenas el primer paso. Los progresist­as de América Latina (y de los países ricos) además deben diseñar una postura programáti­ca efectiva y viable que no deje de abordar la precarieda­d como causa de los delitos y la delincuenc­ia, como tienden a hacer hoy, ni imite el enfoque de mano dura de la derecha.

Por último, la seguridad cuesta dinero. No es ninguna coincidenc­ia de que América Latina tenga menos policías, jueces, cárceles y fiscales que la mayoría de los países “seguros” (que tienden a ser ricos). Por sí solo, el aumento el gasto no va a solucionar el problema de violencia que se vive en la región, pero deberá ser un pilar de toda agenda progresist­a.

Diseñar una estrategia y garantizar la seguridad que anhelan tantos latinoamer­icanos tal vez sea el reto más difícil al que se enfrentan muchos de los gobiernos de la región, pero también es el más importante.

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