La era de lo posmasculino.
“En la bandera de la libertad bordé el más grande amor de mi vida”, escribió el poeta español Federico García Lorca antes de ser ejecutado por sus ideales políticos y por haber vivido libremente su homosexualidad, en una época en la que la libertad a la que se refería existía únicamente en el acto casi heroico de amar a escondidas. Y aunque nadie debería ocultar jamás quién verdaderamente es, el desarrollo histórico del pensamiento binario en temas de género no ha hecho los honores a la bandera de la diversidad. Hasta ahora. Durante la última década, las mujeres han ganado nuevas batallas hacia la equidad y la que algunos consideran ya como una cuarta ola de feminismo. También se han encargado de abolir un peso con el que los hombres han cargado por años, el de la masculinidad. Este concepto (algunas veces, tóxico) no es sino un conjunto de rasgos culturales definidos por una sociedad en un momento histórico determinado, y es en estas tres palabras donde radica el poder del cambio. Porque los últimos años nos demuestran que el momento histórico en el que vivimos hoy reconoce una amplia escala de grises para la expresión de género, una escala que va mucho más allá de lo masculino y lo femenino. El reporte de tendencias visuales para 2018 de Getty Images señalaba como uno de sus principales trends el de la ‘masculinidad deshecha’, con lo que se refieren a una forma pluridimensional de comprender las diferentes maneras de ser un hombre. Un enfoque que nace del rechazo de los millennials hacia estereotipos masculinos “tontos y destructivos”, y que nos invita a explorar nuevas caras de la hombría alejadas de arquetipos como el
atlético, el duro, el héroe, el deportista, el tonificado o el macho. “Los creativos tienen la oportunidad de descartar estos modelos dañinos”, afirma el reporte, y en este campo, la moda no solo ha jugado un papel fundamental en derogarlos, sino que continúa combatiéndolos. Aunque la esfera más elevada de la moda siempre ha presumido de una apertura ideológica adelantada a su época, uno de los primeros fenómenos de masas (en cuestión de estereotipos) que debemos recordar son las campañas publicitarias de Abercrombie, por Bruce Weber en los 90 y los 2000. Weber imprimió su distintivo sello homoerótico en la imagen de la marca juvenil más popular de aquellos años y presentaba al epítome del chico americano –atlético y bello– semi o completamente desnudo en compañía de amigos, jugando, abrazándose o hasta besándose. A pesar de que la marca negó que existiera una agenda más allá de la fraternidad detrás de las campañas, la difusión masiva de estas imágenes contribuyeron a la normalización de muestras de afecto entre hombres. En cuestión de estética, podemos reconocer una era post Hedi Slimane, cuyo paso por Saint Laurent dejó el reconocimiento y la legitimación de una masculinidad casi andrógina que hoy vemos preservada en algunas de las firmas más influyentes, como Gucci. ‘Bienvenidos a la era de los twinks’, proclamó en mayo The New York Times, aludiendo al enaltecimiento de este nuevo canon de belleza que se refiere a jóvenes atractivos, lampiños y delgados. El triunfo de este nuevo ideal de atracción en la cultura mainstream (no como un sustituto del hombre tonificado, sino como una muestra de diversidad) puede comprobarse a través de la adopción de nuevos sex symbols como Tom Holland, Shawn Mendes o Timothée Chalamet. Estamos de cara a una generación que rechaza las etiquetas y si las admite, es para acuñar sus propios términos inclusivos y no binarios como el gender fluid, una identidad que mezcla elementos de lo masculino y lo femenino sin importar su género o su preferencia sexual. La moda lo ha comprendido y podemos ver este pensamiento reflejado en marcas como Palomo Spain, la disruptiva firma española que, en menos de dos años, ha pisado París con fuerza y captado los ojos del mundo por su visión queer del hombre. Thom Browne es otro de los máximos exponentes en este ámbito al dotar el arte de la sastrería de acentos femeninos transformándolo en una visión avant-garde de la masculinidad. El modelo aspiracional del star system tampoco ha fallado y los nuevos ídolos son una invitación a la libre expresión de género. Desde Jaden Smith llevando faldas, pasando por Tommy Dorfman o Sam Smith con vestido, hasta Troye Sivan con las uñas pintadas, el abanico de personalidades está abierto para generar identificación, un fenómeno clave en el desarrollo de la identidad. No nos encontramos en la era de la permisividad, sino del respeto y el reconocimiento al derecho ajeno de ser el hombre que quieras ser.