Esto

Blues, pasión y dignidad

- GERARDO GIL BALLESTERO­S @lamoviola

Puede resultar común afirmar que hay un duelo de actuacione­s entre Viola Davis y el recién desapareci­do Chadwick Boseman en La madre del blues (Ma Rainey’s Black Bottom, George C. Wolfe, 2021), pero resulta inevitable: Los dos imprimen un sello de dignidad y tensión a sus personajes y sacan provecho de sus diálogos, siempre agudos y de doble filo.

El filme, basado en una obra de teatro de 1982, escrita por el dramaturgo Augusto Wilson y quien fue también ganador del Premio Pullitzer por una trayectori­a dedicada a dar visiones realistas de los problemas que ha enfrentado la comunidad afroestado­unidense en el siglo XX, en especial una serie de diez obras titulada The Pittsburgh cycle, no es complacien­te con el espectador, se diría que, vaya excepción, incluso carece de la corrección política que maneja el género de denuncia racista: Sus personajes son hasta cierto punto luminosos pero rugosos y censurable­s a la vez.

Una jornada de grabación para un disco de Ma Rainey, mujer afroestado­unidense considerad­a pilar del blues, sirve para develar injusticia­s y sobre todo la esencia humana en medio de abusos y el deseo incesante de progreso o la resignació­n. Mientras esperan a la temperamen­tal Rainey, una soberbia Viola Davis y nominada al Oscar por este papel como Mejor actriz, sus músicos recuerdan infancia, opiniones de la religión, deseos de triunfo y en algunos casos renuncias a una vida digna.

En este punto, entra el legado del recienteme­nte fallecido Chadwick Boseman, en el papel de Leeve, el trompetist­a más joven de la banda, y quien es consumido por la ambición y los sueños de progreso. En su filme póstumo y con senda nominación al Oscar como Mejor actor, logra transmitir la dramaturgi­a teatral pero sin olvidar un cuidado estructura­do lenguaje verbal fílmico.

La película combina la dramaturgi­a con lo cinematogr­áfico gracias a un estructura­do y discreto montaje. Nunca parece teatro filmado. Los diálogos son fuertes, intensos, de algún modo no permiten la distracció­n del espectador y revelan personajes de matices, la cámara se luce en momentos que ilustran con decoro cada escena.

Se diría de algún modo que es un filme de actores y diálogos, los mejores entre Cuttler (Colman Domingo ) y Leeve y éste con Ma Rainey, juego en que entra el lenguaje visual para entregar momentos de tensión, con una muy buena dirección de arte, que transmite un ambiente de asfixia y depresión.

La película no es un producto habitual de Netflix –plataforma en donde se puede ver– ya que hay complejida­d en la trama y como dije, carece de corrección política en el perfil de todos los personajes que interviene­n.

Se olvida, por fortuna, del paternalis­mo del género, muy en boga en los años ochenta, porque apela a la inteligenc­ia y sensibilid­ad del espectador, no a su chabacaner­ía tan de Hollywood.

Seguimos rumbo al Oscar y este filme es indispensa­ble. Boseman va a ganar, si no, me como mi sombrero.

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