Boca cerrada
El boxeo ha tenido a grandes autopublicistas. A ellos se les debe gran parte del éxito de carteleras que, gracias a ese impulso, se convirtieron en históricas. BJ Saunders se ha dedicado a molestar al Canelo Álvarez, sobre todo desde aquel episodio en que el mexicano dio positivo a clembuterol, aunque haya sido en una cantidad ínfima y en menor proporción que otros deportistas de élite de nuestro país que han pasado por esa dificultad a causa de los pésimos controles en el ganado vacuno.
Paradójicamente, Saunders no tardó en sufrir el efecto del karma en aquel mismo año 2018, al tener que renunciar al cetro de peso medio WBO por dar positivo a oxilofrina, previo al combate que iba a sostener contra Demetrius Andrade.
En Arlington, este contendiente de origen gitano ha negado entrevistas e incluso ha insultado a distintos representantes de la prensa mexicana, además de sus dardos hacia Canelo, al mencionarle “su gusto por la jugosa carne mexicana”.
Ese tipo de actitud cobró caro, en los casos de Héctor Macho Camacho y Greg Haugen, al ofender a Julio César Chávez y así magnificar sus contiendas. La admiración hacia JC no sería la misma de no haber existido ese par de adversarios.
Si bien el Macho Camacho recibió un fuerte castigo a lo largo de los 12 asaltos, no se compara con la paliza que JC le asestó a Haugen en cinco rounds, en la noche más memorable de nuestro pugilato, el 20 de febrero de 1993 en el estadio Azteca, al quedarse gente afuera para la marca en Guinness de la mayor asistencia a un escenario abierto.
“Le voy a pegar en la panza para sacarle los jalapeños”, fue una de las frases de Haugen, quien se mofaba de que Chávez tenía un récord deslumbrante (84-0 en ese momento) porque “le había ganado a puros taxistas”. El César le advirtió cuando fueron presentados en un ring estadounidense, previo a su encuentro: “A ti sí te voy a arrancar la cabeza”.
El puertorriqueño Wilfredo Gómez sacó de sus casillas a Salvador Sánchez al “amenazar” con darle una golpiza.
El héroe de Santiago Tianguistenco cumplió su palabra de cobrarle tantas injurias con puñetazos, y todo mundo coincide en que Sal no quiso noquearlo antes de los ocho rounds en que el borinqueño no resistió más, para saborear por más tiempo el dulce sabor de la venganza.