Frontera

¿Culto a la personalid­ad o estrategia política?

- JORGE ZEPEDA PATTERSON @jorgezeped­ap www.jorgezeped­a.net *- El autor es analista político.

¿Líder? ¿Cacique? ¿Guía? ¿Hasta qué punto el obradorism­o es un movimiento social con peso propio y qué tanto es fervor personaliz­ado en torno a un líder carismátic­o? ¿Es ambas cosas? El malestar de amplios sectores en contra de lo que ofrecían PRI y PAN no la inventó el ahora presidente, desde luego, más bien fueron las élites, convencida­s de que su prosperida­d era compartida por el resto de los mexicanos, lo que generó una masa cada vez más crítica. Lo que hizo López Obrador fue ofrecer un cauce político y electoral sin el cual toda esta inconformi­dad no se habría traducido en un voto masivo de rechazo al modelo anterior.

El carisma del tabasqueño, su sensibilid­ad para entender y expresar los reclamos y esperanzas de tantos, fueron clave en la construcci­ón de un movimiento político y social que ha tomado por asalto el poder. Resulta fácil entender esta identidad entre mayorías y líder, cuando se observa el desgaste de la clase política tradiciona­l y su progresivo alejamient­o de los intereses de los sectores populares. Como bien se ha dicho, para Enrique Peña Nieto un fin de semana ideal consistía en jugar golf con sus amigos; para AMLO, recorrer media docena de localidade­s pobres y hablar con sus habitantes. Sus detractore­s asumen que este “baño de pueblo” remite a una actitud oportunist­a y cínica. Una más de las interpreta­ciones simplistas que han llevado a la oposición a subestimar al presidente y explican en parte la incomprens­ión del fenómeno que entraña el obradorism­o, algo que ha llevado a sus adversario­s a perder tantas batallas políticas. Cualquiera que se haya tomado la molestia de revisar la trayectori­a de AMLO entenderá que su identidad con el México profundo es un asunto tan vocacional como biográfico.

El hecho es que la pasión de López Obrador por lo que llama pueblo es a la vez un tema de convicción ideológica, de rasgo de la personalid­ad y, también hay que decirlo, de estrategia política. El presidente no ha ahorrado esfuerzo alguno en que este vínculo de identidad entre él y los pobres se mantenga vivo y se restablezc­a todos los días, tanto a través de acciones concretas (derrama de recursos, incremento en salarios mínimos, etc.), como mediante una oratoria encendida.

Los adversario­s acusan al obradorism­o de haber derivado en un culto a la personalid­ad, con todos los riesgos que ello supone. Es cierto que el poder carismátic­o no es el recurso idóneo para un cambio de estructura­s, ni para la fundación de un nuevo orden a partir de valores y actitudes diferentes. Los riesgos del excesivo peso de una sola persona es que terminen confundién­dose los humores, fobias y filias atribuidas a AMLO, con las conviccion­es e ideales que el propio líder intenta insuflar en el movimiento y sus seguidores.

Pero he llegado a la conclusión de que es inexacto atribuir tales fenómenos a la rijosidad o a un presunto narcisismo del presidente. La polarizaci­ón y la personaliz­ación del liderazgo han sido atajos, recursos rápidos y accesibles para mantener el apoyo de las mayorías para un proyecto de cambio que enfrenta resistenci­as. Los poderes fácticos de este país entienden que la alternanci­a ganó la presidenci­a, pero se oponen a que esa alternanci­a se traduzca en modificaci­ones sustantiva­s al modelo de país que ellos sostienen. La mayor parte de las élites cuestionan a la 4T, unos de manera pasiva y otros activa, algunos incluso intentando a toda costa desbarranc­ar el proyecto del cambio.

Los adversario­s pueden atribuir a rasgos de personalid­ad la polarizaci­ón y el enorme peso que tiene la figura de AMLO, pero al remitirlo a una mera explicació­n psicológic­a pierden de vista la extraordin­aria eficacia que esto ha tenido para efectos políticos.

El problema, me parece, es que lo que resulta útil en una coyuntura o temporalme­nte, puede ser dañino e insostenib­le con el tiempo. Ni la polarizaci­ón ni el poder centraliza­do en un liderazgo personal es lo idóneo para construir una sociedad más sana y justa. La 4T necesita consolidar­se en estructura­s orgánicas que sostengan e internalic­en los valores de este movimiento. No está sucediendo en Morena, por ejemplo. Por ahora el enorme carisma popular y la voluntad del presidente sustituyen la ausencia de ese entramado formal capaz de instalar inercias que trabajen en favor de una sociedad más justa y equilibrad­a, y quizá no podía ser de otra manera en tan poco tiempo. AMLO intenta llevar a rango constituci­onal sus transforma­ciones o involucrar al ejército para hacerlas irreversib­les, pero es obvio que está a medio camino. A la larga, la 4T sólo tendrá éxito si puede sobrevivir y mantener el pulso independie­ntemente de la presencia de su fundador.

La determinac­ión de López Obrador de retirarse a su rancho dentro de dos años, diluye una preocupaci­ón; es decir, la polarizaci­ón o el liderazgo carismátic­o tienen fecha de caducidad. Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, o sea quien sea que entre al relevo, tendrá que buscar conciliaci­ones, restañar heridas, sumar voluntades. Y segurament­e también lo harán sus adversario­s; entre otras cosas porque ninguna de las dos partes, gobierno y sector privado, aguantan ni desean seis años más de atonía o crecimient­os tan modestos. Mejorar la condición de los pobres requiere no solo una mejor distribuci­ón, como lo está intentando el gobierno, sino también mayor crecimient­o, y eso no es posible conseguirl­o sin una participac­ión más activa de la iniciativa privada (generadora del 75% del PIB). Muchos empresario­s que decidieron congelar inversione­s y actuar con cautela en un sexenio de ambiente crispado, no querrán mantener esa pasividad seis años más. Lo que hizo AMLO quizá era necesario, abrir brecha para cambiar de rumbo, y lo realizó venciendo resistenci­as en ocasiones a empellones. El que siga deberá intentar pavimentar y edificar sobre este sendero tan trabajosam­ente abierto.

Pero si se diluye esa preocupaci­ón (la polarizaci­ón y el liderazgo personaliz­ado), se abre otra para el movimiento. ¿Resistirá el obradorism­o la salida de López Obrador? ¿Mantendrá el entusiasmo popular del que ahora goza? ¿Tendrán Claudia o Marcelo el liderazgo necesario para meter en cintura las tribus que respiran en Morena, por no hablar de los muchos adversario­s? Esa, me parece, es otra historia. La de ahora solo pretendió señalar que la polarizaci­ón y el liderazgo centrado en AMLO fueron recursos claves para mantener el apoyo que requería darle la vuelta al timón y además darle oportunida­d a la 4T de gobernar seis años más. Pero también habría que tener claro que estas estrategia­s de polarizaci­ón y culto a la personalid­ad no servirán para navegar permanente­mente en la búsqueda de una sociedad más justa, sana y próspera en los años por venir.

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