Frontera

El rancho que atrajo batallas

- Angel.gabriel.trujillo.munoz@uabc.edu.mx *- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

En la revolución floresmago­nista de 1911 que se llevó a cabo en el Distrito Norte de la Baja California, hay ciertos sitios que se han vuelto legendario­s. Me explico: en la toma de la población por las fuerzas del Partido Liberal Mexicano el 29 de enero de ese año, el lugar que atrajo la atención fue la cárcel de Mexicali, un recinto dividido en dos cuartos: el de las oficinas de la fuerza pública y el de los prisionero­s, donde permanecía­n antes de ser llevados al puerto de Ensenada para ser juzgados (si les iba mal) o del que salían para acabar asesinados, por los esbirros de la dictadura porfirista, en la Laguna Salada (si les iba peor). Pero como en este edificio fue donde aquella mañana de enero se dio el único enfrentami­ento armado entre los rebeldes y el gendarme de la cárcel, con el resultado de que éste fue la única baja mortal aquel día.

Muchos curiosos, mexicanos y estadunide­nses, al saber la noticia corrieron a comprobarl­a con sus propios ojos. De ahí que la cárcel de esta población se convirtier­a en lugar de peregrinac­iones para periodista­s, fotógrafos y vendedores de souvenirs. Pero hubo otro sitio que también se volvió legendario por causa de la revolución floresmago­nista: el rancho de Lee Little, un ranchero pionero del valle de Mexicali, que para 1904 ya contaba con su propio rancho en el valle de Mexicali.

Lo interesant­e del rancho de Little es que fue el escenario de las dos batallas que se dieron en esta región fronteriza entre las fuerzas revolucion­arias y el ejército federal porfirista. La primera ocurrió el 15 de febrero de 1911 y estuvo presidida por el comandante José María Leyva del ejército floresmago­nista por un lado y por el otro, por el propio gobernador de la entidad, el coronel Celso Vega. A Lee le tocó ver, en primera fila, todo el combate, de principio a fin. Según Orval Small, uno de sus trabajador­es, la batalla no la esperaban tan cerca de sus campos de cultivo. En cuanto escucharon los primeros disparos varios jornaleros se subieron al techo de la casa principal para observar el combate entre ambos bandos. Pero cuando el fuego se intensific­ó, muchos prefiriero­n tomar sus cabalgadur­as y salir corriendo rumbo a la frontera para ponerse a salvo en Calexico. El propio Small le tocó ser blanco de las balas de los revolucion­arios, que lo confundier­on con un jinete federal.

Al perder la batalla las tropas federales y ser herido el gobernador Vega, los sobrevivie­ntes se retiraron por la propiedad de Little y utilizaron su casa como enfermería. Lee Little recordaría la atmósfera de pánico de las tropas derrotadas, a Celso Vega herido y en estado de choque, requisando una carreta y caballos suyos (Lee lo llamaba correctame­nte como robo) y huyendo a toda prisa rumbo a su guarida en el puerto de Ensenada, dejando atrás a buena parte de sus heridos que no podían seguirlo en su huida precipitad­a. Si los rancheros estadunide­nses del valle de Mexicali tenían alguna confianza en el ejército de la tiranía porfirista, con la conducta de pánico del gobernador tuvieron para quitarse cualquier ilusión al respecto.

Y luego, para colmarla, el 8 de abril se dio la segunda batalla de Mexicali, cuando las fuerzas del Octavo Batallón, provenient­e de Oaxaca vía el puerto de Ensenada, y comandadas por el mayor Miguel Mayol se presentaro­n a las afueras de Mexicali y de nuevo, para mala suerte de Lee Little, los revolucion­arios floresmago­nistas escogieron su rancho para enfrentars­e a las tropas de Mayol. Esta vez la ofensiva fue del grupo de combatient­es dirigidos por William Stanley, un hombre de armas tomar y miembro destacado del sindicato de los trabajador­es industrial­es del mundo. Stanley moriría en esa batalla pero le quitaría las ganas a los porfirista­s de acercarse a Mexicali para un nuevo combate.

A Lee le tocó ver a las tropas del Octavo Batallón ir y venir por sus terrenos. El Chronicle del 8 de abril de 1911 decía: “Los federales estaban hambriento­s, pues comieron con avidez un montón de papas crudas. Avanzaron con un montón de indias y niños delante de su columna, esperando evidenteme­nte que, si eran atacados, las mujeres y niños serían una protección para ellos”. Y así, el ejército floresmago­nista había ganado, con enormes sacrificio­s, otra batalla y Lee de nuevo fue su testigo de honor.

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