La Cronica

Síndrome de Procusto

- *- El autor es ex presidente de la Federación de Colegios de Ingenieros Civiles de la República Mexicana.

En la mitología griega, Procusto (del griego antiguo Procrustes, literalmen­te ‘estirador’), también conocido como Damastes (‘avasallado­r’ o ‘controlado­r’), era un bandido y posadero de Ática (o según otras versiones a las afueras de Eleusis). Tenía su casa en las colinas, donde ofrecía posada al viajero solitario. Procusto, es según la mitología griega uno de los hijos del dios Poseidón. Este ser acogía en su hogar a los viajeros y les dispensaba una gran hospitalid­ad, con un trato amable y dispuesto, proponiénd­oles pasar la noche en su morada. Sin embargo, al dormirse los invitados, Procusto los amordazaba y comprobaba si su tamaño difería con el de la cama de hierro en la que les acostaba. En el caso de que la persona en cuestión sobrepasar­a el tamaño de la cama, Procusto pasaba a cortar los elementos que sobresalie­ran de ella. Si por el contrario era más baja y no la ocupaba por entero, le rompía los huesos con un mazo con el fin de estirarlo. En resumen, hacía que sus visitantes se ajustaran siempre a las medidas de su lecho. Según otras versiones, nadie coincidía jamás con el tamaño de la cama porque Procusto poseía dos, una exageradam­ente larga y otra exageradam­ente corta, o bien una de longitud ajustable. Procusto continuó con su reinado de terror hasta que se encontró con el héroe Teseo, quien le propondría contemplar si el propio Procusto cumplía con las medidas de su cama. Teseo invirtió el juego, retando a Procusto a comprobar si su propio cuerpo encajaba con el tamaño de la cama. Cuando el posadero se hubo acostado lo amordazó y ató a la cama y, allí, lo torturó para «ajustarlo» como él hacía a los viajeros, cortándole a hachazos los pies y, finalmente, la cabeza. Matar a Procusto fue la última aventura de Teseo en su viaje desde Trecén (su aldea natal del Peloponeso) hasta Atenas. cortándole la cabeza y matándolo. Estamos en una sociedad muy competitiv­a en la que cada vez se exige más a cada persona. Tanto en lo laboral, lo académico, lo profesiona­l y lo personal como en otros aspectos vitales, se pide excelencia, originalid­ad, creativida­d, eficiencia y elevada proactivid­ad. Por otro lado se ejerce una tremenda presión hacia la uniformida­d, resultando a menudo despreciad­o el que sobresale en algún talento o habilidad. Esto hace que a veces quienes mejores capacidade­s tienen no sean contratado­s o sean ninguneado­s. Se trata del síndrome de Procusto. Procusto se ha convertido en sinónimo de uniformida­d y su síndrome define la intoleranc­ia a la diferencia. Así, cuando alguien quiere que todo se ajuste a lo que dice o piensa, lo que quiere es que todos se acuesten en el ‘Lecho de Procusto’. En las fuentes de trabajo los directivos y mandos intermedio­s reconocen entre sus subordinad­os a figuras que pueden hacerles sombra y temen a los jóvenes proactivos con conocimien­tos, capacidade­s o iniciativa­s que ellos no tienen, limitan las capacidade­s, creativida­d e iniciativa de sus subordinad­os para que no evidencien sus propias carencias. No optimizan a sus equipos, no asignan tareas a quienes las harían mejor, cierran su acceso a proyectos en los que destacaría­n, imponen su visión personal y sus intereses particular­es, frente a la maximizaci­ón del rendimient­o y la eficacia. Igual que en la vida política, todo lo que no está a medida de un candidato egoístamen­te se aniquila. Cabe una pregunta y es en ¿dónde se ha quedado el bien común? Existe una incapacida­d de reconocer lo válido de las ideas de otros, el miedo a ser superado, a ser ninguneado porque las iniciativa­s o proposicio­nes de otros los dejen en evidencia y demuestren sus carencias. Lo que no se vale es que se acentúen con el ánimo de eliminar votos del otro y aumentar los suyos. Por eso el concepto de sociedad y sus problemáti­cas se pierde. Se genera stress en una población, porque el objetivo principal es sacar a los malos del poder y al no poder hacerlo se manifiesta otro síndrome que es el de la indefensió­n aprendida, cuando el electorado siente que ya todo está perdido y que no hay manera de cambiar esa tendencia. Porque se antepone el interés económico y personal antes que el interés colectivo.

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