La Cronica

Una historia más

- COSME COLLIGNON cosmecolli­gnon@hotmail.com *- El autor es periodista independie­nte.

Era el verano de 1974, caminaba por la avenida Revolución de Tijuana, admirado de la cantidad de turistas que llegaban a esta zona. Los autobuses se detenían en unas áreas especiales en diferentes puntos de la avenida sin entorpecer en tránsito, de ellos bajaban decenas de turistas de todas las edades y de todas las razas, de todas las nacionalid­ades conocidas. Unos con shorts, cachucha, lentes oscuros y cámara colgada del cuello.

Cientos de comerciant­es de curiosidad­es tratando de atraer a los visitantes, les hablaban en inglés, francés, alemán, japonés, incluso en ruso y portugués, era como la torre de Babel, caminaban y se perdían entre los callejones llenos de mercancías de todo tipo, desde un sarape, un sombrero de charro, una vasija de barro, una chamarra de piel, en fin había para maravillar­se de todo lo que coloreaba en cada uno de los negocios.

La avenida Revolución era considerad­a, en esos momentos, como la avenida más visitada del mundo, bueno era para sorprender a los turistas. Los europeos compraban postales o artículos pequeños para poder llevárselo­s en el avión hasta sus lugares de origen, mientras, los gringos además de comprar su típico sombrero de charro y un balero de Michoacán, se refrescaba­n con una o varias Margaritas.

Tijuana era otra en 1974, era, para mí, una ciudad segura porque podías caminar a cualquier hora sin el temor de ser asaltado o asesinado. Los robos domiciliar­ios no eran nada frecuentes.

Junto con otros amigos de Guadalajar­a habíamos hecho el viaje a Tijuana para conocer las maravillas que de esta ciudad nos contaba nuestro amigo tijuanense, Armando García Orso, cuyo padre, don Luis García Varela era nada menos que el dueño del Río Rita, un complejo comercial en plena avenida Revolución. El Río Rita tenía una enorme tienda de curiosidad­es y daba directamen­te a la calle, al fondo tenía una fuente de sodas y restaurant­e con una concina exquisita, los platillos eran preparados por “Chepina”, el cocinero oficial. Tenía tres escaleras para bajar al bar: una al fondo junto al restaurant­e, otra junto a la caja de la tienda y la tercera daba a la calle.

En esa época el mar de turistas dejaba buenos dividendos a todos los comerciant­es, incluso a los vendedores ambulantes que ofrecían mercancía como plata y era plaqué. Las mujeres indígenas también ofrecían sus mercancías mientras que cargaban a sus hijos en sus espaldas con un rebozo, los que ya podían caminar y hablar les decían a los turistas “dólar for taco” y por supuesto que lo recibían. Las mujeres corrían cuando los turistas querían tomarles una fotografía.

Quienes tenían fila eran los fotógrafos de la avenida Revolución, si esos que tenían una carreta y su burro rayado. La cámara era de cajón y ahí mismo revelaban e imprimían la foto. Tenían sus cartones donde las ponían y se las entregaban a los turistas. Se subían a la carreta, les ponían unos sobreros, un sarape o unas maracas y clic. El por qué son rayados los burros es porque en época del Casino Agua Caliente (los años 20-30 del siglo XX) no se veían los burros porque eran blancos y con la luz se perdían, entonces adoptaron pintarlos como cebras.

Tener un negocio en la avenida revolución era muy caro, había que pagar “guante” que era una cantidad que no se recuperaba al finalizar el contrato. Hay que recordar que en esos años la moneda de cambio en Tijuana era el dólar, todo se cobraba y pagaba en dólar. Después de unos días quedé convidado a regresar y lo hice otras veces hasta que un día se presentó la oportunida­d de irme de Guadalajar­a a vivir a Tijuana en 1984, diez años después. Ahora vivo en Mexicali, pero esa es otra historia.

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