La Cronica

Defender la familia

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“Tizne usté a su madre”. Esa grosera injuria le espetó un borracho al señor que sin meterse con nadie, ni siquiera consigo mismo, bebía su copa en una mesa del conocido Bar Ahúnda. ¿La causa del insulto? El señor se negó a pagarle un trago al temulento, a quien ni siquiera conocía. Al oírse agraviar en tal manera el solitario bebedor se dirigió serenament­e al insultante tipo. Le dijo: “Mire, amigo. Yo tengo dos madres. Una, para que me la mienten sujetos vulgares y corrientes como usted. La otra es la que me dio la vida; la mujer que me arrulló en sus brazos y me entregó a pedazos, uno por uno, el corazón entero. A ésa la tengo en un nicho para venerarla y adorarla como a una mártir, una virgen o una santa”. “Entonces -replicó el beodo- tizne usté a su madre. La del nicho”. La familia es sagrada, aunque a veces no la soportemos. Ver a nuestros hijos es vernos a nosotros mismos con otra cara, otra voz, otro gesto y otros ademanes. Son nuestra carne y nuestra sangre, pero por encima de todo son nuestro amor. Por eso nadie debe meterlos en el campo de batalla donde nosotros combatimos, pues son por entero ajenos a él. Así, están muy puestas en razón, y son dignas de encomio, las palabras de la señora Beatriz Gutiérrez Müller, quien con generosida­d y altura de miras condenó el ataque hecho a Xóchitl Gálvez con motivo del incidente causado ya hace tiempo por un hijo de la candidata opositora. La esposa del presidente López Obrador sabe de esos bajunos procederes: un hijo suyo, éste menor de edad, fue motejado torpemente por un comunicado­r que con su indigna conducta faltó no sólo a la ética profesiona­l, sino a también a la decencia. Caso muy diferente es cuando los familiares de alguien que detenta poder toman parte, visible u oculta, en los asuntos de gobierno para buscar en ellos beneficio personal. Recuerdo ahora a los hijos de un cierto gobernador de Jalisco que recibieron un apodo muy curioso: los Papayos. El tal remoquete se les aplicó porque cuando su padre anunciaba una obra pública levantaban la mano de inmediato para ser uno de ellos quien la llevara a cabo, con el consiguien­te medro (“De las obras, las sobras”), y pedían con suplicante acento: “Papá, yo”. De ahí lo de Papayos. Las campañas políticas suelen ser enconadas, pero no tienen por qué ser inciviliza­das. Doña Beatriz dio una encomiable muestra de civilidad que aplaudo aquí, y con ambas manos para mayor efecto. El doctor Abrantes, prestigiad­o ginecólogo, recibió la visita de una paciente que lo consultaba por primera vez. Le pidió que fuera tras el biombo y se dispusiera a fin de practicarl­e la correspond­iente revisión.

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