La Cronica

MANGANITAS

- *- El autor es licenciado en Derecho y en Lengua y Literatura Españolas, y cronista de Saltillo. ARMANDO FUENTES AGUIRRE

“. Zaldívar ataca a la Corte.”. Desprestig­iado el señor por su conducta política, a quien le haga alguna crítica le hace más bien un honor.

más elevado rango: Kelsen, Planiol, Calamandre­i u Oliver Wendell Holmes. A López, sin embargo, no se le debe ir con el cuento de que la ley es la ley. Él se ha pasado siempre el orden jurídico por donde Petra se pasa el peine, con perdón por el bajo vulgarismo, y sistemátic­amente ha mandado al diablo las institucio­nes. Ahora pretende lesionar los derechos que del amparo derivan para defensa y protección de las personas contra la fuerza del Estado. Una rabiada más del caprichoso autócrata, que mira cerca el final de su malhadado régimen y tira sus últimas patadas a la legalidad. Pediré a San Ivo, patrono celeste de los abogados -hasta los abogados tienen patrono celestial-, que llegue pronto el día en que el admirador y émulo de Chávez, Maduro, Ortega y Díaz-Canel deba irse a su rancho de expresiva y adecuada denominaci­ón. FIN.

La flor de la planta que aquí se llama plúmbago es tan pequeña que no sé dónde pone su sonoro nombre. Debería llamarse a lo más “a” o “e”. Un título como ése, de una sola letra, sí cabe entre los mínimos pétalos de su corola.

La flor del plúmbago es azul. Al menos eso dice ella. Su azul es tan desvaído que casi no alcanza a ser azul. Azul el cielo, sí, azul el mar; azul el manto de la Virgen, al que los pintores de los pasados siglos daban siempre ese tono, azul de Prusia, porque era el más caro de todos los colores, y de ese modo rendían homenaje a la Señora.

El azul del plúmbago es más bien azulito. Es un azul callado, humilde, casi gris, casi blanco, casi nada. Por eso la flor está más cerca de mí que las otras que pintan con sus estentóreo­s colores el jardín. No gusto de las vanidades de la rosa, ni del picante aroma del clavel, ni del exótico jazmín de Arabia, cuyo perfume es insolentem­ente erótico. Conmigo va más bien la pequeñez del plúmbago. El único reproche que le hago es que se llame plúmbago. Es como si yo me llamara Zeus.

Desde el ventanal de mi estudio te miro, niña flor, con miedo de que mis ojos te deshojen. Mejor pensaré en ti, y aun temo que mi pensamient­o te lastime. Escóndete tras de tu leve azul, para que mis ruindades de hombre no te encuentren.

¡Hasta mañana!...

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