La i Campeche

La blasfemia

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Era una tarde tranquila sin nada que alterase la vida normal de la rutina diaria, cuando, ante las puertas de la muerte, estaba tendida en cama la mas hermosa mujer que mi memoria recuerde, azotada por la fiebre y cegada por los delirios de las pesadillas, y así, agónica y sufriendo

También se encontraba mi alma, expectante de la condición de mi amada, derramando una lágrima por cada gota de sudor que de la frente que ella transpirab­a, tratando de sufrir yo su dolor y liberarla de su pena, hasiendo el esfuerzo inútil de sentir lo que ella no debía, mientras mi angustia desesperad­a me enloquecía, miré en el viejo reloj de péndulo que el muro sostenía, pasar cada segundo marcado por un severo Tic Tac, que mas que medir el tiempo de la vida parecía avisar la hora de la muerte, acrecentan­do mi dolor de perderla, solté el llanto contenido de lo mas profundo de mi corazón y me atreví a decir la mas grande de las blasfemias.

¡ Vendería mi alma al diablo ! - grité vendería mi alma al diablo por calmar la dolencia de mi amada y terminar su agonía, por encontrar la manera de ser yo el que sufriera y evitar el cruel castigo de verla morir, que importa el alma si se pierde el amor de la vida. Y en mi duelo, rasgue mis ropas y el tétrico ritmo del reloj retumbo en mis oídos; miré al muro y ahí estaba, el viejo reloj de péndulo, que sereno parecía me escuchaba, con su ¡Tic Tac! que el tiempo acortaba, escondiend­o de la muerte su carcajada, que burlándose de mi soberbia y ufana, de ira me obligó a repetir la blasfemia mientras seis campanadas resonaban. ¡Vendería mi alma al diablo, por callar el murmullo de Cronos que por tus engranes se escucha, por detener el tiempo si es la forma de callar tu desesperan­te péndulo y tus insolentes campanadas!... y en el justo momento del último repicar, sesó el sonido de mi sufrimient­o, callando el reloj en sepulcral silencio, que transformó mi rabia en temor latente, celando de valor mi mente al escuchar la voz que a mis espaldas decía, acepto. Y confuso ante aquella vos de trueno volví mi cabeza y vi su rostro, sereno mas con la expresión sádica de los verdugos al contemplar el cadalso, al recio catrín enviado de los infiernos, con su mirada demoníaca, posada sobre mi dulce adorada, que creció extraño mi celo, nublando de envidia mi mente, más quedé estupefact­o al oír de nuevo la frase maldita que destinaría mi suerte, acepto.

Y ante mis ojos todo dio vueltas, nublándose mi vista por un momento, y me sentí tumbado en cama con el mal que mi amada padecía, cegado con los delirios de mis temores, y sentí la cálida mano de ella, limpiar con ternura mi frente, y escuché sus palabras de dolor, y vi sus lágrimas que rodaron por sus mejillas, caer en mi pecho, y al pie de mi lecho de agonía, al serio catrín con su mirada fría y su pequeña sonrisa malévola, burlándose a sus adentros, y a sus espaldas; el viejo reloj inerte, callado y sombrío, sintiendo en ese instante que la vida se me escapaba; más mi alma no abandonó mi cuerpo, convirtién­dose en mi eterna celda, contemplan­do dentro del féretro la putrefacci­ón de mi carne, y recordando cada instante el Tic Tac del reloj de péndulo, que no callara más.

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