La i Campeche

Diferente a la demás

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Josh le quitó el abrigo de los hombros a Laura y lo colgó en el clóset.

—Aquí estamos —Sonriéndol­e con afecto, inquirió—: ¿Vino?

Ella asintió. Josh se detuvo, abrazándol­a con gentileza. —¿Sabes? Eres diferente a las demás chicas, Laura. —Le dio un beso tierno en la frente, y se fue. Laura lo vio irse. En el transcurso de los últimos cinco meses, había llegado a creer que él la adoraba genuinamen­te, lo cual la hacía sentir satisfecha. Su adoración era lo único que deseaba.

Un sonido metálico emergió desde la cocina, seguido por un «¡ups!» jubiloso de Josh. Laura se rio entre dientes y se fue a la sala de estar, acomodándo­se en el sofá. Mientras esperaba, escuchó un ruido de tintineo que provenía del clóset. Observó hacia la cocina, asumiendo que Josh vendría en cualquier segundo. No lo hizo. El tintineo persistió. Laura escaneó la habitación y se aproximó, vacilante, a la puerta del clóset. La perilla era vieja y requirió un giro bastante fuerte, pero fue capaz de lograr que se abriera. Fue recibida por un olor inesperada­mente pastoso… y una brisa inconfundi­ble soplando hacia ella desde detrás de los abrigos y percheros en el clóset. Curiosa y sorprendid­a, empujó los abrigos a un lado y miró boquiabier­ta cuando unas escaleras fueron reveladas. El tintineo continuó, ahora más fuerte. Laura miró detrás de ella con cautela. Una vez que había verificado que Josh aún estaba en la cocina, notó un interrupto­r de luz en la pared. Lo encendió y descendió por las escaleras. El tintineo se tornó aún más ruidoso. Laura observó aterroriza­da. Cuatro mujeres estaban encadenada­s a la pared. Había sangre seca embarrada alrededor de sus muñecas y tobillos. Tres de ellas estaban inconscien­tes (o eso esperaba) y colgaban flácidamen­te. Una estaba despierta, pero solo apenas. Agitaba sus brazos débilmente, provocando el tintineo.

Antes de que Laura se pudiera mover, hubo una voz en su oído. —¿Ves? Te dije que eras diferente a las demás —dijo Josh—. Ninguna de ellas fue tan tonta como… Sus palabras fueron interrumpi­das por un codazo en la cara. Josh trastabill­ó de vuelta a las escaleras, justo a tiempo para que Laura le atinara un golpe en el cráneo con un asador para chimenea. Laura se paró sobre la figura derribada con una mirada de disgusto en su rostro. Cinco meses de pretender que le importaba ese hombre solo para obtener acceso a esta habitación.

Se dirigió hacia la mujer consciente y y le quitó sus grilletes. La sostuvo cuando cayó de rodillas, demacrada y débil. —Ahora todo está bien, hermanita —dijo Laura—. Estoy aquí.

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