Los unicornios
Por mucho que llevara fuera de casa y por muchas experiencias que pudiera acumular, su curiosidad parecía no tener límites, no en vano.
En aquel 1292, el joven Marco Polo era el europeo que más y mayores maravillas había visto en la isla de Sumatra. En su barrizal cercano podía encontrar el animal más grande de la isla, aquel que podía enfrentarse incluso con los poderosos tigres de Sumatra. Marco Polo partió de inmediato tras ellos. Los indígenas le habían descrito a aquel fabuloso ser y en su corazón renació una esperanza perdida, un anhelo que arrastraba desde el inicio de su extraordinario viaje por Oriente: por fin iba a encontrarse cara a cara con el mítico unicornio.
Cuando llegó frente al animal, la visión de la bestia le produjo sensaciones contrapuestas. Era el unicornio, pero su imagen estaba muy lejos de su ideal.
En su diario escribió: «Son unos animales repugnantes. Su cabeza se parece a la de los cerdos y la lleva siempre cara al suelo, les gusta estar en el lodo y no responden en absoluto a lo que en nuestras tierras cuentan acerca del unicornio. Sólo puedo decir que este ser es lo contrario a la idea que tenemos del unicornio». Sin saberlo, Marco Polo había sido el primer europeo en describir un rinoceronte. Tendrían que pasar cinco siglos y medio hasta que los zoólogos europeos volvieran a oír hablar del rinoceronte de Sumatra. Y hasta entonces el unicornio seguiría en el imaginario colectivo como una bestia viva de asombrosos poderes.
Se cree que los unicornios son inmortales y que el paso del tiempo no les hace envejecer, luciendo siempre un aspecto jovial y elegante. El unicornio presenta además una especial resistencia a la magia; es inmune a los hechizos, a los conjuros de muerte y al veneno. Su cuerno mágico detecta el veneno y cura las heridas con un simple roce. Además, su magia les permite teletransportarse si se ven en la necesidad de huir de algún peligro. A día de hoy un unicornio hace referencia a un mundo mágico, deseado, lleno de esperanzas y positivismo.