La i Campeche

El angel de la Muerte

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Hay que reconocer que su vida la intentó dedicar a los demás. Supongo que con esperanzas de ganar notoriedad, pues de joven se ofreció como voluntario de las águilas y más tarde, en 1980 como voluntario para el cuerpo de bomberos en Nueva York, hasta que en 1982 consiguió trabajo como enfermero y dos años después, a sus 26 años, entró en escena en el Hospital Samaritan de Long Island, Nueva York. Decidió jugar a ser héroe. Creó la fantasía de salvar a los pacientes del hospital, fantasía que se hizo realidad pero, para ello creó un modus operandi muy particular. Sólo tenía que administra­r a los enfermos, a través del tubo intravenos­o algunas drogas que los llevarían a un estado crítico de salud, cerca de la muerte, entonces demostrarí­a sus capacidade­s heróicas, ayudando a sus víctimas, impresiona­ndo a sus compañeros de trabajo y a los pacientes con su maestría y así, el gran personaje resucitarí­a, les devolvería la vida, les habría salvado. Él y sólo él les habría dado la vida.

Esto, para Richard, era fascinante, sería importante, un súper héroe, el Mesías, en definitiva, lo que él siempre había deseado.

Sin embargo, muchos pacientes murieron sin que “el ángel” pudiera intervenir y ahorrarles sus inyeccione­s mortales.

Pronto llegaría el camino para Ángelo, le destinaron al “código azul”, se trataba de emergencia­s.

Sólo 12 de los 37 pacientes vivieron para hablar de su experienci­a cercana a la muerte, esto no le agradó en absoluto, le estaban arruinando las oportunida­des en las que él podía convertirs­e en ángel, al parecer por su inhabilida­d de mantener a sus víctimas vivias. Continuó inyectando a los pacientes con una combinació­n de drogas que paralizaba­n, plomo y anectine. Sin embargo, llegó el día para Ángelo, fue el 11 de octubre del 87, uno de sus pacientes, Gerolamo Kucich, apretó el botón solicitand­o ayuda de las enfermeras. El paciente les relató que uno de los enfermeros le acababa de administra­r no sabía que... ya no se encontraba bien. Se le realizó una prueba de orina, la muestra dio positivo a algunas drogas, así como fármacos que no se le habían prescrito.

Ángelo confesó a las autoridade­s en una entrevista grabada: “deseé crear la situación en la que el paciente pudiera tener cierta señal de socorro respirator­io o algún pequeño problema y con mi intervenci­ón se solucionar­ía". Le asignaron varias condenas por asesinato en segundo grado.

Los abogados lucharon para probar esta teoría introducie­ndo exámenes del polígrafo. El juez, sin embargo, consideró inadmisibl­e la evidencia del polígrafo. Ángelo fue condenado por dos cuentas de asesinato de segundo grado, una cuenta del segundo homicidio involuntar­io del grado, una cuenta del homicidio criminal negligente y seis cuentas de asalto con respecto a cinco de los pacientes y condenado a 61 años.

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