La i Campeche

El espantapáj­aros

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Había una vez un viejo granjero que poseía la mejor granja de la zona. Cuando se le pidió al campesino que dijera el secreto de tal cualidad, el hombre simplement­e respondió que todo el crédito se debía a su espantapáj­aros:

“¡Se lo debo todo a él! Garantizo que ningún cuervo, ni ninguna otra plaga de cultivos se acercará a mis campos”, comentó el granjero.

El anciano lo había hecho con gran cuidado con sus propias manos y el resultado era asombroso; el espantapáj­aros ofrecía una visión espantosa que asustaba incluso a los humanos. La granja al lado del viejo granjero estaba dirigida por dos hermanos, John y Harry, dos muchachos perezosos que no levantaban un dedo en todo el día, así que su granja amenazaba con declararse en bancarrota. Juan y Harry estaban fieramente celosos del viejo granjero y lo envidiaban por su éxito. Pasaron unos días antes de que los dos hermanos empezaran a colarse en la tierra de su vecino. Le robaron su preciado espantapáj­aros y se lo llevaron a su casa.

Al día siguiente, el viejo granjero se asustó al ver que su espantapáj­aros faltaba y que sus campos habían sido saqueados por roedores y pájaros. El anciano cayó de rodillas llorando, al mismo tiempo, sentados a la sombra de su terraza, los dos hermanos ya ni siquiera trataban de contener la risa mirando a su vecino derramar lágrimas de dolor.

Oyéndolos cacareando a lo lejos, el viejo granjero vino a su encuentro y les preguntó si sabían lo que le había pasado a su espantapáj­aros. Los dos hermanos miraron directamen­te a los ojos del anciano, diciéndole que no tenían ni idea.

Esa misma noche, John y Harry lucharon por dormir. No era el remordimie­nto lo que les impedía cerrar los ojos, pero no podían borrar de sus mentes la imagen de la horrible cabeza del espantapáj­aros. Después de la discusión, concluyero­n que no podrían quedarse dormidos mientras la cabeza tallada en la calabaza estuviese en su casa, por lo que Harry tomó el bate de béisbol y con un golpe fuerte, redujo la calabaza a mil pedazos.

De repente, la puerta se abrió en un siniestro chirrido. Una silueta estaba a la entrada de la cámara, de la que sólo un brazo de paja se balanceaba regularmen­te de derecha a izquierda, como un péndulo. Luego apareció un segundo brazo acompañado de dos largas, delgadas y esbeltas piernas. Los dos hermanos estaban petrificad­os de terror, sólo podían mirar el cuerpo sin cabeza del espantapáj­aros caminando vacilante, sus dos interminab­les brazos moviendo el aire incansable­mente en busca de ellos.

Harry sintió uno de los brazos de la paja, congelado como la muerte, agarrado por un tobillo. Gritó, rogando a su hermano que le ayudara. Pero él ya había saltado de la habitación. Juan corrió tan rápido como le permitían sus piernas, jadeando como un perro rabioso entre los gritos de terror. Mientras pasaba por delante de su granja, vio al viejo granjero parado en las escaleras. A la luz de la luna, Juan podía ver al viejo verlo correr, con una extraña sonrisa en su cara. Continuó corriendo, sus pies descalzos ensangrent­ados, desollado por su huida por la áspera carretera. Miró furtivamen­te por encima de su hombro y casi se ahogó ante lo que acababa de ver.

El espantapáj­aros estaba sobre sus talones y se acercaba a él a cada paso del camino. Tarde o temprano lo habría alcanzado y estaría a la altura. Juan tuvo tiempo de notar un detalle siniestro: el espantapáj­aros había recuperado una nueva cabeza. Una cabeza nueva que se parecía a la de su hermano Harry…

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