La i Campeche

El anima sola

-

En vísperas de la celebració­n de los difuntos, cuando comienza a soplar el aire frío, en la casa campesina se inician los preparativ­os para dejar todo listo para recibir a los visitantes del más allá. En medio de este ambiente, paso a relatar lo que me sucedió hace una década. Interesado en adquirir un terreno en mi pueblo natal, me di a la tarea de averiguar quién era el dueño. Los vecinos me informaron que era de un tal Carlos; enseguida fui en busca de su hermano Luis; éste me indicó que sí era verdad, pero el dueño vivía en la exhacienda Santa Cruz, municipio de Mocochá.

Al día siguiente, con mi esposa fui al lugar, para preguntarl­e a Carlos si estaba interesado en vender el inmueble; llegamos como a las seis de la tarde y comenzaba a oscurecer. Después de caminar cerca de 500 metros entre maleza, llegamos a una enorme reja de madera. Sólo se escuchaban ladridos de perros malixes y el cencerro del ganado, lo que me hizo intuir que posiblemen­te había gente. Después de un rato, de la nada, escuché una voz que preguntó qué se me ofrecía; era un humilde campesino moreno, de cuerpo menudo, portaba un sombrero de los llamados de “araña”, de ala ancha que casi le tapaba la vista; enseguida le conté el motivo de mi visita y me comentó que su patrón don Carlos vivía en Mérida, y que sólo los fines de semana llegaba.

Y agregó: “Me llamo Timoteo, trabajo aquí; por muchos años me dediqué a la siembra y corte de pencas, pero el henequén desapareci­ó y las actividade­s se vinieron abajo. Todos los peones se fueron a trabajar a otro lado; sólo quedo yo y algunas reses y aves”. Ya entrados en confianza, me invitó a conocer el corral donde pastaban algunas vacas. Después nos dirigimos a una casona derruida, alumbrada por la tenue luz de una vela y de un antiguo quinqué de viento; solícito, Timoteo me ofreció un banquillo, luego agarró su vieja escopeta y me la presumió; noté que de las paredes colgaban antiguas fotografía­s de los dueños de la finca y varios instrument­os de labranza. Después nos despedimos; Timoteo nos acompañó a la salida y los perros seguían ladrando, alterados.

Al tercer día, en el pueblo me topé con Luis y le dije que no pude localizar a su hermano, pero que Timoteo nos había atendido bien.

Éste, extrañado contestó: ¿Timoteo dijiste?... ese hombre era el “mayocol”, pero hacía cinco años que había fallecido.

Había platicado con un muerto. Entre las creencias del maya existe una relativa al ánima sola, que es aquella persona que en su vida terrenal no tuvo parientes conocidos; aquel viajero errante, muerto sin que nadie reclamara su cuerpo; o quién sabe si se tiró al vicio y fue abandonado a su suerte; entonces ahora pienso que Timoteo era un ánima solitaria que por estos días rondan las comunidade­s yucatecas.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico