La i Campeche

El entierro

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Julián, siempre que visitaba la vieja casa de sus abuelos, tenía una sensación extraña. Era común para él, cada vez que se quedaba a dormir, soñar que, caminando por el patio, estaba la figura de un joven que señalaba el piso mientras permanecía parato al lado de una columna. Desde pequeño él estaba al tanto de lo impresiona­ble que era, había aprendido a identifica­r los detonantes de este tipo de sueños recurrente­s.

En este caso particular, era una vieja foto en blanco y negro, donde estaban sus bisabuelos, junto con sus 7 hijos.

Ya le habían contado quienes eran todos los que aparecían en aquel retrato, pero siempre le llamó la atención el joven con cara melancólic­a, que era el cuarto hermano, y que se había fugado de casa poco después de que se tomó esa fotografía.

Era él con quien soñaba siempre en esa casa y siempre de la misma manera: señalando el piso junto a la misma columna.

Un día en el trabajo, platicaron de los sueños. Luego de escuchar a varios de sus compañeros, Julián relató el suyo. Inmediatam­ente una compañera suya, de unos 50 años, saltó para asegurar que sabía el significad­o del sueño.

—Eso es un entierro. Sucede mucho en las casa viejas, para evitar los constantes saqueos y preservar tesoros, las familias enterraban sus objetos de valor, pero muchas veces olvidaban donde los enterraban o morían sin decirlo—, dijo. Después de escucharlo, se propuso buscar el tesoro enterrado. El siguiente fin de semana comenzó a vacar ante la mirada atónita de su abuelo, que varias veces intentó evitar que lo siguera haciendo. Julián hizo caso omiso y no dejó de cavar hasta encontrars­e con una osamenta cubierta con unos harapos muy similares a los que tenía el cuarto hermano en la foto.

Asombrado por lo que encontró, solo pudo atinar a escuchar la voz quebrada de su abuelo, que repetía una y otra vez:

—No quise hacerlo, no quise hacerlo...

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