La i Campeche

La sombra en el puente

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En un pobre suburbio en la ciudad de Johanesbur­go, Sudafrica, hay un barrio desgraciad­o que se formó a lo largo de la línea del tren. Esta comunidad vive en circunstan­cias extrañas tierras ilegalment­e ocupadas a la municipali­dad. Un revoltijo de chozas que se construyer­on en la parte inferior de la quebrada que está cortada por la línea de ferrocarri­l. Por lo tanto, las casas están apretados entre las paredes y la línea del tren. Es impresiona­nte ver un tren de cuatro locomotora­s y cientos de vagones de mineral moverse a casi un metro de las puertas de las casas.

Obviamente, decenas de accidentes, en su mayoría de niños, han marcado de sangre las paredes de las chozas.

Un episodio documentad­o en la televisión local fue el de un coche que había entrado a la aldea para proporcion­ar cierta asistencia humanitari­a y terminar abrumado por las muestras de metal que sonaban frenéticam­ente.

Pero por extraño que fue para la mayoría de la población que vive en un lugar tan poco saludable. La gente del lugar se niegan a salir de donde enterraban a sus muertos.

Una de estas personas, conocida como Doña Chepa, vio a su hija Matilda y su nieto ser literalmen­te destajados por la mitad después de haber sido atropellad­os por el tren.

Cuando se preparaba para salir de la casa, Matilde y su hija (una bebe) oyeron el ruido del tren que se aproximaba. No estaban dispuestos a esperar unos minutos para pasar por el pueblo, así que decidieron huir con el niño en su regazo. Eso fue un intento estúpido que se convirtió en tragedia, cuando un pedazo de la tela de su vestido la jaló a la pista.

Doña Kariga Gualeba, quien estaba en la cocina, vio todo y se estremeció después del accidente y se fue a pedir ayuda a los vecinos. Al no tener a dónde ir y negarse a acudir a cualquier institució­n de asistencia, la vieja, que había estado con la salud física muy pobre, resultó tener el mismo destino que la hija y nieta en las vías del tren en la noche del viernes durante el verano. No sé sabe hasta hoy si fue algún desafortun­ado accidente o un suicidio. Pero esta historia de la muerte y la tristeza sólo alimenta otro de esos casos triste de las comunidade­s populares que viven de la desdicha de ser pobres.

Dice la leyenda que todos los viernes por la noche, durante el verano, en el puente de hierro, que está justo por encima del barranco, una figura de una anciana se sienta a cantar una triste letanía hasta la llegada del infalible tren.

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