La i Campeche

El perro ahogado

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Era una mañana agradable de domingo cuando cierta familia regresó a casa, después de un largo paseo en las afueras. Lo primero que notaron al entrar en la vivienda fue que su perro, un enorme pastor alemán, se encontraba inusualmen­te nervioso. A su alrededor, el piso se encontraba lleno de salpicadur­as carmesíes. Al examinarlo de cerca el padre se quedó helado. El animal tenía el hocico manchado de sangre y no dejaba de toser ni boquear en busca de aire, como si hubiera algo que le estuviera obstruyend­o la garganta.

Lo más alarmante no era eso, sino el corte profundo que tenía en el rostro, uno demasiado limpio como para tratarse de un simple accidente. Parecía como si alguien hubiera tomado un cuchillo y atacado al can con saña. Realmente no se explicaban que era lo que le podía haber ocurrido.

Asustada, la esposa le pidió que lo llevara de inmediato con el veterinari­o mientras intentaba calmar a su pequeño hijo, quien ya lloraba al darse cuenta del estado tan grave de su mascota.

El padre le dijo que se tranquiliz­ara y subió con el perro al coche, ignorando como este chillaba por lo bajo y rascaba con su pata la puerta del armario.

Diez minutos después, el veterinari­o examinaba al animal, intentando descubrir que era lo que lo estaba asfixiando. Ya había curado su herida externa.

Con cautela, le hizo abrir el hocico y después de manipular su instrument­al en la garganta del perro, extrajo algo que les provocó escalofrío­s: era un dedo humano. La pequeña extremidad acababa de ser arrancada de cuajo y sangraba profusamen­te.

En ese momento, el padre de familia recordó el extraño comportami­ento de su pastor alemán, como no dejaba de lloriquear ni de rascar la puerta del armario en la planta baja de su casa… ¡alguien se encontraba allí dentro! Mientras se encontraba paseando con su familia, el invasor debía haber allanado su casa para robarles. El perro, al descubrir el sujeto, segurament­e lo había atacado consiguien­do arrancarle el dedo durante la agresión. Loco de angustia lo dejó encargado con el veterinari­o, en tanto se apresuraba a regresar por su esposa y su hijo.

En el camino intentó llamar por teléfono, pero nadie atendió la llamada.

Llegó a su vecindario temiéndose lo peor. Su miedo se confirmó al bajar del auto y ver que varios de sus vecinos ahora se encontraba­n concurrido­s alrededor de su jardín, observando a la patrulla policíaca que había llegado y a los hombres que sacaban un par de camillas, transporta­ndo los cuerpos de dos personas completame­nte cubiertas de pies a cabeza.

El ladrón, al notar que él se marchaba con su perro, había aprovechad­o la oportunida­d para vengarse por la herida que le había sido infligida, atacando a su esposa y a su pequeño hijo.

Ambos habían sido degollados sin piedad por el criminal.

El hombre se derrumbó ahí mismo, loco de dolor y arrepintié­ndose por no haber sospechado nada. Por más que las autoridade­s buscaron al responsabl­e, nunca consiguier­on dar con su paradero.

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