La i Campeche

La historia de Carmela

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En ocasiones, ser el hijo o hija menor no suele ser un privilegio, sino lo contrario. Esta es la historia de Carmela.

La menor de cinco hermanos, fue condenada a cuidar a sus padres hasta su muerte, por lo tanto, tenía prohibido enamorarse, ocultando su gran anhelo de ser madre y esposa.

Carmela vivía en una de las casonas del barrio de Santa Ana, en Campeche. Fue educada para ser una señorita de sala, como le decían en 1929. En ese entonces no entendía por qué tenía que tomar la responsabi­lidad de cuidar a sus padres hasta su muerte, pero lo hizo.

La primera en fallecer fue su madre, mientras que su padre, murió tres días después.

Con 42 años de edad, Carmela no sabía si llorar o reír por su repentina libertad. En ese entonces recibió una fuerte cantidad de dinero como herencia, pero este debía ser administra­do por uno de sus hermanos, que era marino.

A pesar de lo difícil que podía ser, Carmela decidió hacer realidad su sueño. Un día, un pescador del barrio de San Román la empezó a enamorar, aunque era 10 años menor que ella. Poco después Carmela y el pescador se casaron y él se fue a vivir a la casona. A los pocos meses ella

se embarazó, pero solo tenía el dinero que ganaba su ahora esposo, pues su hermano le quitó su herencia.

Poco después la pareja tuvo una pequeña a la que nombraron Agustina. Pocas veces la sacaban a pasear, pero era común ver al pescador borracho. El tiempo pasó y Carmela volvió a embarazars­e, y de la noche a la mañana su esposo desapareci­ó. Después, solo era vista los sábados, comprando comida para sus hijos.

Los años pasaron y cada vez se le veía más demacrada y descuidada.

Una tarde, los vecinos llamaron al hermano, pues al pasar por la casona sintieron un mal olor. Preocupado por su hermana, a quien no había visto en 10 años, el hermano fue a visitarla y de paso a conocer a sus sobrinos.

Al llegar y llamar a la puerta, nadie le contestó, por lo que llamó a un cerrajero. Cuando entraron inició el horror. La casa estaba en ruinas, solo había unos pocos muebles. En una de las habitacion­es estaba el esqueleto del pescador. En la habitación de los niños había dos cunas, y en el suelo estaba Carmela, tirada agonizando, con un trapo entre sus brazos. En una de las cunas estaba el cadáver una niña de alrededor de un año. Agustina había muerto de fiebre y Carmela nunca dijo nada. En sus brazos estaba el feto de Mariano, a quien abortó a los cinco meses de gestación.

El pescador no pudo con la pena y se dedicó a tomar hasta morir.

Cuando Carmela vio a su hermano, solo alcanzó a decir “mi desgracia será la tuya” y murió. El hermano de Carmela, sorprendid­o, no pudo volver a hablar. Al final lo encerraron en un hospital de Yucatán, donde un año después murió, siendo “Carmela”, su última palabra.

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