La i Campeche

La pesca infernal

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Frente al pueblito de Boxol, aún está la piedra en la que al parecer un pescador estuvo a punto de ser arrastrado hasta el mismísimo infierno, o al menos a una de las tantas puertas que tiene en el municipio campechano de Seybaplaya. Los abuelitos del hoy municipio, cuentan una leyenda que le quita el gusto a cualquier fiero del mar para ir a pescar durante la Semana Mayor.

Se dice que debido a la escasez de alimentos, un pescador decidió hacerse a la mar en jueves Santo para dar a su familia el sustento. Su esposa, quien era una católica devota, le pidió no marcharse al mar y esperar la provisión divina por lo sagrado de la festividad. A pesar de advertirle que era malo ir a la pesca ese día, sin pensarlo dos veces aquel hombre tomó sus anzuelos, su carnada y se embarcó en su cayuco al mediodía afirmando clavar con su arpón al

maligno si se le llegase a cruzar en su embarcació­n. Para escapar de lo dicho por los chismosos, el seybano se dirigió rumbo a Lerma lanzando sus cordeles.

Al tener su arpón listo, movió sus anzuelos para ver qué picaba, pero desafortun­adamente nada logró enganchars­e. Perseveran­te y con el orgullo de no regresar con las manos vacías, el hombre de mar esperó y esperó hasta que dieron las doce de la noche.

Cansado y lastimado por el sol, emprendió el rumbo a su casa, cuando por el reflejo de la luna escasament­e vio el movimiento de un animal que se acercaba hacia él. Entusiasma­do al pensar capturar aquella criatura, tomó el arpón y en el momento exacto en el que intentaba brincar, el hombre perforó en medio de aquel pez que, a decir verdad, se rumoró que era una mantarraya. Sin embargo, el animal se resistió a morir y empezó a jalar el arpón, por lo que de inmediato lo amarró al cayuco para cansar la bestia y levantarla finalmente. Pero a diferencia de ir aminorando la velocidad, el cayuco empezó a acelerar cada vez más, al grado que aquel hombre tuvo terror por lo que acontecía.

La embarcació­n se dirigió con rumbo hacia el Faro del Morro, donde los mitos y leyendas infernales se combinaban en aquella época, por lo que al darse cuenta, el pescador tomó el cuchillo para cortar la soga, pero al hacerlo ésta se convirtió en una gruesa cadena que ningún cuchillo o arma podría cizallar.

Al ver la escena, el hombre no tuvo más remedio que pedir perdón a Dios y en seguida aquel bulto que lo empujaba se convirtió en la roca que hoy en día se puede apreciar, librando a aquel infortunad­o de una espantosa muerte.

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