Los bebés del panteón
Agosto con sus vientos de lluvia, acompañados de rayos y huracanes, es uno de los mejores tiempos para que como un puente, el mal escale hasta los vivos. Si usted es uno de aquellos que considera las historias de terror como una fábula, basta con que visite el cementerio de Dzitbalché y espere a que caiga la noche, para que se de cuenta de una realidad que pocos conocen. En el Camino Real, se sigue manteniendo un profundo respeto por los muertos, pero es en la mencionada localidad donde lo impensable acontece.
Martha Can, vecina de la comunidad perteneciente al municipio de Calkiní, reveló que en su infancia se rumoraba que en el camposanto del pueblo se escuchaba el llanto de los bebés muertos, por lo que en compañía de unas amigas se fueron a comprobarlo por sí mismas. Sin miedo, según contó, desde las seis de
la tarde ya estaba a la espera de los ruidos.
El sol se empezó a meter y algunas de las “valientes” ya querían dejar por la paz el asunto, pero la investigación no se detuvo. Fue hasta que el cielo quedó oscuro, y a punto de dar los dos últimos pasos para salir del panteón, cuando entre los sepulcros de más atrás se escuchó un grito fuerte como el de un bebé con hambre.
Eso hizo que no sólo corrieran, sino que abandonaron a la única empeñada en conocer la verdad y ser testigo de esta historia.
Martha, hoy ama de casa, relató que además de los llantos en el cementerio, los juguetes y biberones que están sobre las tumbas cambian de lugar, pues se dice que los espíritus juegan con ellos, porque ninguno de los vivos puede agarrarlos, según las costumbres.