Como en las encuestas, empate Zamora-Rocha en el debate
El lugar común de los debates electorales suele centrarse en una discusión bizantina: quién lo ganó. ¿Cómo saberlo? Imposible, salvo que aguardemos a las cifras que arrojen las próximas encuestas. Porque “ganar” un ejercicio de este tipo debe reflejarse en las intenciones de voto, si no qué chiste.
Para un servidor, el ganador es el que atrae mayores ataques, no quien los lanza. Lógica elemental: se golpea al que va a arriba, no al de abajo.
Desde esta premisa, en el debate de anoche hubo un “empate técnico”, como en las encuestas, entre Rubén Rocha y Mario Zamora. ¡Ah, como les llovió por todos lados!
A la agresión, Rocha respondió con serenidad y absoluto control emocional. El abanderado de Morena-PAS conoce a la perfección el terreno: en su anterior debate por la gubernatura, en 1998, fue el que lanzó los golpes. Ahora, le toca recibirlos. El precio de ser puntero es alto y lo sabe el otro candidato que lidera las encuestas: Mario Zamora, de la alianza PRI-PAN-PRD. Su estilo fue distinto: devolvió los golpes con una agilidad mental que fue de la indulgencia al sarcasmo. Al más combativo, Sergio Torres, de Movimiento Ciudadano, hasta le brindó una frase de consuelo: “no te preocupes, Morrín, vas a alcanzar el 3 por ciento, conservarás el registro”.
Si alguien mostró habilidad para “conectar” con el electorado, ese fue Mario. Supo defenderse, lanzar tiros de precisión y mostrarse sensible hacia la gente, con una energía juvenil que nadie más mostró. Sonreía con frecuencia y fue el único que no vistió traje, sino una camisa blanca con dos frases bordadas, una en rojo y otra en azul: “Con las mujeres todo, sin las mujeres nada” y “Unidos vamos a ganar”.
Si de beligerancia hablamos, el primer lugar se lo llevó, por aclamación, Ricardo Arnulfo Mendoza, del PES, quien arremetió desde el saludo: dijo sentirse como Jesucristo, “en medio de dos ladrones” (fue ubicado entre Rocha y Torres), dedicó todas sus intervenciones a repartir ataques sin ton ni son (al extremo de mostrar cómo “prueba de la corrupción” de Zamora una portada fake de este diario), todo para dedicar su participación final a pedir protección a la Guardia Nacional porque peligra su integridad, según dijo.
Fue el único momento en que Rocha abandonó su estoica seriedad para exclamar: “¡Ah, mira, el difamador resultó un cobarde y ahora tiene miedo!”.
Yolanda Cabrera, de Redes Sociales Progresistas, exhibió una bravura que no le conocían ni los uaseños. Ella también denunció amenazas.
Quien supo guardar mayor compostura fue Rosa Elena Millán, de Fuerza por México, en una nueva muestra de ser una mujer que prestigia la política. Mientras otros se dedicaban a discutir, ella aprovechó su tiempo para presentar propuestas.
A Mario lo acompañaron su esposa, Wendy Ibarra; la señora Hilda, quien lucha por encontrar a su hijo desaparecido; Jesús Murillo, un campesino ganadero que ha vivido en carne propia las políticas equivocadas hacia el campo, y el doctor Héctor Ponce Ramos, eminente neumólogo que ha salvado miles de vidas de enfermos de covid-19 en sus consultorios de bajo costo.
Con Rocha estuvieron sus hijos, Eneyda y Rubén; su coordinadora de comunicación, Adriana Ochoa del Toro; el presidente del PAS, Héctor Melesio Cuen (quien, sin ser candidato, recibió más golpes que ninguno a lo largo del debate); el jefe de campaña, Alejandro “Diablo” Higuera, y el abogado Jesús Martínez Peñuelas.
A Sergio lo acompañaron su esposa, Aurora López; sus hijas, Karla Melissa y Diana Lizzete, y su jefe de campaña, Carlos Sánchez Osuna.
Con Rosa Elena, su hija María José; el presidente estatal de Fuerza por México, Juan Ernesto Millán Pietsch; el delegado del partido, Manuel Alemán; el coordinador de giras, Hugo Medina, y la candidata a alcaldesa de Culiacán, Siria Quiñónez.