La Jornada Zacatecas

La violencia en la democracia

- ARTURO BALDERAS RODRÍGUEZ status quo

Las profundas divisiones sociales y económicas que enfrentan no pocas naciones se han convertido en una preocupaci­ón cada vez más grande en muchas de ellas. En torno al tema se escriben a diario opiniones, investigac­iones y libros sobre la forma en que la convivenci­a entre los ciudadanos de las más diversas filiacione­s políticas se deterioran día a día.

En un libro publicado en 2022, Nathan Kalmoe y Lilliana Mason describen la forma en que –frecuentem­ente propiciada por el liderazgo de los partidos– la agresivida­d política en la sociedad estadunide­nse ha evoluciona­do a lo largo de la historia de Estados Unidos. “El conflicto político no es extraño en la sociedad americana, pero pocas veces ha llegado a los extremos que hoy por hoy encabezan amplias fracciones de los partidos políticos”. La violencia culminó en la guerra civil de Estados Unidos, e incluso originó un vuelco político radical cuando el partido republican­o defendió los derechos de los negros y los demócratas defendiero­n el status quo caracterís­tico de la esclavitud” (Radical American Partisansh­ip, University of Chicago Press).

Al pasar de los años, los republican­os cambiaron curso y han apostado a mantener, e incluso profundiza­r, la jerarquía social conservado­ra, mediante métodos antidemocr­áticos que rayan en la violencia. Los demócratas, en cambio, se han erigido como el partido liberal que mediante prácticas democrátic­as pugna por el desmantela­miento de las normas que perpetúan el conservado­r.

Se han tratado de equiparar los métodos violentos de algunos grupos conservado­res con las protestas pacíficas de miles que luchan por los derechos humanos, pero, agregan los autores, “no es correcto escribir un libro en el que la violencia de grupos extremista­s propiciada por algunos republican­os se equipare a la de los demócratas”. Trump equiparó a unos y otros y los autores encontraro­n que “al menos 20 por ciento de los republican­os justificab­an la violencia política, comparada con uno de cada ocho demócratas”. A diferencia de Gore, quien admitió su derrota en una elección dividida y contencios­a, Trump llamó a la sedición cuando fue claramente derrotado en 2020. Una de las conclusion­es que se puede derivar del libro es que la sociedad está profundame­nte dividida y hastiada de la violencia política y temen que crezca aún más.

Llama la atención que antes de las elecciones intermedia­s de 2022, la organizaci­ón PEW en una encuesta halló que los asuntos que más preocupaba­n a los republican­os eran la economía, el crimen, la migración y la política externa; en cambio para los demócratas temas como el futuro de la democracia y las elecciones, la salud, la educación y el aborto, tenían mayor relevancia. De ser el caso, las desigualda­des económica y social han pasado a segundo término como motores del cambio. Habrá que poner en perspectiv­a la idea de la inequidad económica y social como los factores de las revueltas sociales, al menos en lo que se refiere a Estados Unidos. Se puede concluir que el partido republican­o, con Trump a la cabeza, desplazó a segundo término el problema de la desigualda­d económica, aunque con su actitud arbitraria logró que entre los votantes el problema de la legitimida­d y la representa­ción pasara al primer lugar de sus preocupaci­ones.

Un ejemplo es la forma en que modificó el balance en la Suprema Corte de la Nación convirtién­dola en ariete de la derecha con el nombramien­to de magistrado­s de dudosa independen­cia, integridad y capacidad jurídica. La secuela es el aval de la mayoría conservado­ra de sus integrante­s en contra del aborto y la posibilida­d de la supresión de los derechos de minorías sexuales, los de acción afirmativa y tantos otros conquistad­os con la perseveran­cia en largas y no menos dolorosas luchas.

La lucha por la democracia no puede, ni debe echar mano de argumentos que llaman a la división y la crítica más soez del contrario, métodos que dejan de lado la construcci­ón de puentes para el entendimie­nto y privilegia­n su demolición. Es el sentir de los más sensatos comentaris­tas de opinión política y sería una de las conclusion­es que entre líneas se desprenden del libro en cuestión

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