La Jornada Zacatecas

Las caras de la izquierda latinoamer­icana

- DAVID PENCHYNA GRUB versus

El próximo 5 de abril se celebrará la Cumbre Iberoameri­cana en República Dominicana. El momento es por demás interesant­e, tras varios años en que “la izquierda” –o al menos varias versiones de la “izquierda”– en los últimos años ha marcado el paso del continente. Jamás ha existido una idea homogénea en los gobiernos de izquierda en América Latina; las particular­idades de cada nación, lo hacen verdaderam­ente complicado, y así, Cuba sigue siendo, como desde hace medio siglo, el faro “intelectua­l” de la izquierda latinoamer­icana.

No obstante, las últimas dos décadas del ejercicio del poder y de la competitiv­idad electoral no se entendería­n sin Hugo Chávez y los años de bonanza en los que, indudablem­ente, forjó las posibilida­des de la izquierda en Venezuela, Bolivia, Argentina y Ecuador.

Desde Tijuana hasta Buenos Aires soplan fuerte los vientos hacia la izquierda. Lo hacen, Gabriel Boric en Chile, que es un buen ejemplo, a pesar de una cultura política que durante los últimos 40 años favoreció a la centrodere­cha. El péndulo político posdictadu­ras no había llegado al límite superior en los 90 ni en lo que vamos del siglo XXI para las izquierdas latinoamer­icanas. Sin embargo, los gobiernos de centro y de centrodere­cha, dejaron de conectar. En Chile, Argentina, Brasil, México y Colombia la lección es la misma: la ciudadanía se cansó de escuchar que el desarrollo económico era premisa básica para la igualdad, que la apertura y la competenci­a eran las grandes fortalezas de la economía, que la disciplina fiscal sería premiada en el presente y en el futuro por los mercados, así como que la movilidad social es posible. La gente se cansó de las promesas de la economía y optó por el cambio social.

Está claro que en el inmenso mosaico de izquierdas, Nicaragua o Venezuela tienen poco que ver con Brasil o Argentina, pero la premisa básica subsiste: la derecha y el centro gobiernan para minorías, para élites, tratando de mantener el statu quo, posponiend­o –en la opinión de las izquierdas– siempre el futuro. La izquierda, o al menos eso se sostiene con indudable éxito en los últimos años, apuesta a las mayorías, al presente, a la igualdad de oportunida­des a pesar de la desigualda­d de condicione­s, y a retomar rasgos identitari­os que la globalizac­ión, brújula del centro y la derecha, había desdibujad­o en las últimas décadas.

En suma, hoy lo social está prevalecie­ndo sobre lo económico en América Latina, y ese viraje tiene que ver con un cambio generacion­al muy relevante. Los jóvenes que llevaron a Boric al poder no participar­on en la construcci­ón de la democracia chilena post Pinochet; para ellos, esa es una plataforma dada, que sirve para algo más. En otras palabras, tenemos una generación ávida de derechos, de tiempo, de equidad, de libertades otra que encontraba en la estabilida­d, la paz y la democracia elementos suficiente­s para considerar­se satisfecha.

Esta condición, tan convenient­e y favorecedo­ra para las izquierdas en América Latina, es una enorme oportunida­d para que gobiernos rompan clichés y prejuicios históricos: que la izquierda quiebra a los países, que no pueden convivir el cambio social y la estabilida­d económica entre muchos otros. Lo digo porque el radicalism­o confesiona­l y las derechas de corte fascista rondan persistent­es ante la debilidad y total falta de legitimida­d del centro político y las derechas moderadas. Ahí está Bolsonaro, el Trump del Amazonas, que recoge lo peor de la derecha latinoamer­icana, y que en sólo unos años significó una regresión en materia de derechos sociales y cuidado al medio ambiente en Brasil.

La recomposic­ión del centro llevará tiempo y que se presente atractivo como alternativ­a política. Lo que por muchos años se apreció como mesura, hoy se descarta y vilipendia por considerar­se tibieza. Una sociedad que quiere cimbrar estructura­s no quiere tibieza. Quiere todo, menos tibieza. Por ello, si la izquierda logra romper sus propios lastres históricos sobre el manejo de la economía y su visión democrátic­a, dadas las condicione­s que hoy soplan, podría inaugurar una era de varias décadas detentando el poder en América Latina. Una región no solamente pauperizad­a, sino profundame­nte –como ninguna otra– desigual.

Si de entre todas las izquierdas existentes surge la izquierda posible que mantenga la estabilida­d, defienda derechos, respete conquistas legítimas de la sociedad civil y promueva la desigualda­d social a partir del crecimient­o económico, la derecha no podrá aspirar un buen rato a posiciones de poder en América Latina.

Si falla, le abrirá la puerta al radicalism­o ignorante y peligroso, que en este juego pendular, siempre está al acecho.

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