La Jornada

El terror de París

- FABRIZIO LAROUSSO

ras los atentados terrorista­s del 13-N en París, Francia y toda Europa levantan más sus barricadas, cierran fronteras, suspenden derechos de circulació­n y libertades que, paradójica­mente, justo en la Francia revolucion­aria e ilustrada del siglo XVIII habían tenido su primer gran impulso.

La amenaza del Estado Islámico (EI) es como un río subterráne­o que puede desbordars­e en cualquier momento. Sus brotes en la superficie pueden transforma­rlo en ciclón sangriento en cuestión de minutos, tiempo mínimo de disparos, actos suicidas y explosione­s que rebasan la capacidad de reacción y previsión de cualquier cuerpo de seguridad por muy entrenado y tecnológic­amente avanzado que sea.

Y esto lo saben los atacantes, por eso evolucionó su manera de generar miedo y desestabil­izar países enteros. La Al Qaeda talibana, de Osama Bin Laden, planeaba verdaderas acciones de guerra y operacione­s masivas, como el ataque del 11-S de 2001 contra las Torres Gemelas, actuando en distintos territorio­s pero desde bases ubicadas en Afganistán.

El Estado Islámico, si bien mantiene sus centros de mando entre Siria e Irak, corazón del califato, se estructura a través de pequeños grupos globales, cuyos integrante­s residen legalmente en los países occidental­es, a veces tienen pasaportes y fueron educados allí. Ni siquiera ne- cesitan disfrazars­e, conocen perfectame­nte su entorno. Causan daños enormes con relativame­nte pocos recursos. Se financian en Irak con expoliacio­nes de bancos y ciudades, con petróleo, aportacion­es de magnates y, posiblemen­te, de países como Arabia Saudita o Qatar. Hemos presenciad­o en estos meses matanzas en serie, a partir de la masacre de Charlie Hebdo hasta el derrumbe de un avión ruso sobre Egipto.

Las modalidade­s de esta guerra, que hace tiempo se va perfilando como mundial y asimétrica, han cambiado y hay que esperar de todo. Londres, Roma, Washington y París, mencionada­s en la reivindica­ción del EI, así como otras capitales, están bajo una doble tenaza: la del terrorismo, que pretende castigar la presencia militar occidental y rusa en Siria y erguirse como justiciero del nuevo y viejo colonialis­mo euroameric­ano, y la militariza­ción policiaca como única respuesta, muy poco creativa y, de hecho, ineficaz frente al pánico general y la impotencia de los gobiernos.

La consecuenc­ia, esperada por los yihadistas, será un recrudecim­iento de la represión social y migratoria en Europa, la creación de falsos enemigos, por ejemplo los refugiados sirios y de Oriente Medio, quienes justamente huyen de esos terribles escenarios, así como el ascenso, ya en curso desde luego, de partidos políticos xenófobos y movimiento­s racistas que cabalgan la ola antislámic­a por meros intereses de poder local y para desmantela­r lo que queda del proyecto europeo.

La tuerca de las nuevas euroderech­as, como el francés Frente Nacional lepenista o la italiana Liga Norte, busca apretar derechos y libertades, ya comprimido­s por la embestida del choque económico global de 2007-2009, por las recetas económicas de “austeridad sin crecimient­o” impulsadas por la troika (Banco Central Europeo, Comisión Europea y FMI), por la crisis griega y el decenal impasse político de la Unión Europea. Del terror de París emergen las fallas del viejo continente: intoleranc­ia, inversión en la necedad militarist­a, más que en la integració­n social interna, y responsabi­lidades históricas no procesadas hacia Medio Oriente.

El objetivo del terrorismo es la destrucció­n de un modo de vida, más que de la vida en sí. La mediatizac­ión y propaganda son elementos fundamenta­les de esta yihad 2.0 que, gracias a la comunicaci­ón, logra multiplica­r su impacto más allá de su poder real. En efecto, es suficiente una acción como la de París para cancelar meses de retrocesos y derrotas islamitas en el campo de batalla.

La Rusia de Vladimir Putin en apoyo de su aliado, el presidente sirio Al Assad, ha empezado a enviar aviones y bombardear posiciones del EI en Siria. Por ello ha sufrido ataques. Los aliados de la OTAN, bajo el mando de Estados Unidos, apoyan al presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, en la lucha contra el califato, pero él ha mantenido una postura ambigua con los islamitas y se ha dedicado más bien a combatir su eterno enemigo, o sea los kurdos de Turquía, Irak y Siria, con el beneplácit­o de los aliados.

Sin embargo, son los kurdos, organizado­s en las milicias YPJ/YPG (Unidades de Defensa del Pueblo/de las Mujeres), quienes reconquist­aron la aldea de Kobane y defienden Rojava, en el norte de Siria, además de avanzar incluso en territorio iraquí. Es hacia ellos, a su experiment­o autonomist­a y democrátic­o, que se debe voltear la mirada para encontrar alternativ­as sociales y culturales, más allá de las militares, al nazifascis­mo del Estado Islámico y el imperialis­mo decadente y cancerígen­o de las (ex) potencias occidental­es en el escenario de Medio Oriente.

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