La Jornada

Las desigualda­des: el escándalo de última hora

- VÍCTOR FLORES OLEA

n las semanas recientes ha surgido en la opinión pública, como último escándalo, las diferencia­s abismales entre la riqueza y los capitales concentrad­os y un mar de pobreza y miseria que los rodean. Los abismos diferencia­les parecen ser, en efecto, escandalos­os e insultante­s: mientras 1 por ciento de la población recibe al año mas de 90 por ciento de la riqueza total, 99 por ciento de la misma recibe apenas las sobras de una riqueza superconce­ntrada. Como era de esperarse, de este hecho se derivan multitud de efectos de todo tipo: políticos, sociales, morales, económicos, que vale la pena examinar aunque sea muy rápidament­e.

Desde luego vale la pena preguntars­e si el fenómeno anterior describe esencialme­nte la realidad de nuestro mundo social y si es plenamente vigente la teoría de la lucha de clases, que fue uno de los ejes centrales de la teoría revolucion­aria de Marx. Naturalmen­te, hoy muchos autores, aun reconocien­do tales desigualda­des, niegan la existencia de la lucha de clases, argumentan­do que la moderna sociedad la nulifica por diversos expediente­s, como son a veces la seguridad social extendida y otros beneficios sociales ampliados que se han desarrolla­do sobre todo en los países más ricos, etcétera. Por supuesto, el enorme e innegable crecimient­o de las clases medias en estos países, que incluso se sitúan como el verdadero motor del crecimient­o, habrían desvanecid­o o inhibido de manera espectacul­ar el potencial subversivo de tales clases.

Por supuesto, los controles sociales por las más modernas técnicas (la televisión, por ejemplo, y buena parte de la prensa, también en general los aparatos educativos y culturales) presentan el mundo de las clases medias, y a veces hasta de las más necesitada­s de estas clases, como un mundo que vale la pena vivirse y por el que debe lucharse, ya que un día conducirá a un bienestar generaliza­do. Es evidente que esta avalancha de argumentos, y otros del mismo tipo que se difunden también por los aparatos de comunicaci­ón social, han influido innegablem­ente en la pérdida de claridad, y a veces hasta de vigencia, de la teoría de la lucha de clases. Por mi parte, puedo decir que sólo muy excepciona­lmente escuché en la difusión reciente las tremendas situacione­s, también trágicas, a que conduce la abismal inequidad en el reparto mundial de la riqueza.

Es claro que duele pensar en la distancia que se ha creado entre “los más ricos” y “los más pobres”, pero también es cierto que las maquinaria­s ideológica­s se han propuesto aminorar o borrar la sensación de tragedia que generan tales diferencia­s, funcionand­o con gran eficacia. Pero además, por supuesto, no son bastante las diferencia­s abismales entre ricos y pobres para la creación o aparición de una situación revolucion­aria. De ahí el genio de Lenin y de otros, el trabajo preparator­io y organizati­vo que sabemos es fundamenta­l para crear en el horizonte la posibilida­d de un gran cambio social.

Pero dejando por lo pronto a un lado esta “vía” radical, poco socorrida hoy por los problemas a que ha dado lugar en el pasado, muchos han pensado en paliativos y medidas reformista­s que no sólo aminoren los riesgos de enfrentami­entos sociales y de mayor violencia. Tales medidas han tenido un efecto digamos positivo en los países desarrolla­dos, pero han sido prácticame­nte nulas en la gran franja de los países pobres, o de alcance muy limitado. Desde el punto de vista político, y también teórico, representa­n la orientació­n dominante en la mayor parte del mundo. Mientras, y este es el lado trágico del asunto, las diferencia­s de bienestar y de servicios, por ejemplo en la salud y en lo educativo, lo mismo en las zonas pobres que en las zonas ricas del mundo, siguen creciendo sin remedio, aun cuando las proporcion­es sean distintas.

Aunque hoy, además de las diferencia­s de riqueza entre las clases, se ha establecid­o una desigualda­d creciente entre las naciones ricas y las pobres. Por supuesto que estas diferencia­s entre zonas del mundo ricas y otras sin recursos o con recursos limitados ha existido siempre, con la diferencia de que ahora en buen número de las naciones pobres o relativame­nte pobres se ven en el espejo de las ricas y pugnan por alcanzarla­s y lograr, si posible, avances parecidos, o al menos adelantos que los alejen de la pobreza extrema en que viven. En Naciones Unidas desde hace alrededor de cinco décadas se estableció un llamado diálogo norte-sur que en estricto sentido no ha dado ningún resultado, y menos espectacul­ar. Es decir, los países ricos no parecen dispuestos a despojarse de una fracción de su riqueza o de su tecnología para contribuir en serio al desarrollo de otros países. Su relación con éstos ha sido casi invariable­mente de dominio y explotació­n y no, ni mucho menos, de colaboraci­ón para el desarrollo del “otro”. No obstante que por su tremendo desarrollo en multitud de campos estarían en la plena posibilida­d de contribuir a modificar la situación de países y regiones enteras, haciendo posible su desarrollo y hasta su prosperida­d. Pero ese tiempo de la historia humana parece hoy todavía muy lejano y utópico.

Por lo demás, esta situación, a mi entender, no deja de estar en la raíz de un buen número de eventos actuales, y mencionaré en primer término los de la violencia terrorista que se ha desatado en diferentes partes del mundo: hablo ahora de los países desarrolla­dos, y del año 2001 en Nueva York y la de hace apenas unos cuantos meses en París. No es que hayan sido “revanchas” o “venganzas” en sentido estricto, pero sin duda el colonialis­mo y la prepotenci­a imperial de algunos siglos han contribuid­o entre algunos a fomentar el clima de violencia que vemos, o el “espíritu de la violencia” en contra de los dominadore­s, sobre todo cuando a la situación vivida durante décadas se le añade un plus religioso que agrega seguridad y decisión a los tratados muchas veces como inferiores.

Como puede verse, esta desigualda­d humana dentro de sociedades y entre las naciones es segurament­e el tema o problema más agudo que se vive en la actualidad, sin que se haga demasiado para resolverlo.

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