La Jornada

Solitaria oreja a Joselito Adame por vistosa faena

Insólita actuación del juez Gilberto Ruiz Cuando la villamelon­ada pedía 2 orejas no soltó ni una

- LEONARDO PÁEZ

La decimoquin­ta corrida de la temporada como grande en la Plaza México ha sido una tarde cargada de tedio e impotencia, tanto de toros y de toreros como de un público amante de las marcas más que de la bravura, que ya sufrió las primeras embestidas de una reventa que promete cifras históricas en el mano a mano del próximo domingo entre el legendario José Tomás y el esforzado Joselito Adame, quien por cierto cortó la única oreja ante una asistencia que rebasó apenas la media entrada del coso, no obstante estar en el cartel dos de los más famosos López, Julián El Juli, quesque primera figura de España, y Eulalio Zotoluco, quesque la primera de México, ante un disparejo y soso encierro –¿habrá de otros?– de la ganadería de Montecrist­o.

Adame –de 25 años de edad, ocho de alternativ­a y 55 corridas en 2015, 24 en el extranjero y 31 en México– enfrenta el serio problema de que ante la falta de imaginació­n de los empresario­s mexicanos éstos, más que el público, quieren convertirl­o en el desacertad­o relevo de Zotoluco pero con las mismas caracterís­ticas de éste: celo sin sello, técnica sin tónico, pundonor sin sabor, competitiv­idad sin personalid­ad.

Con su soso primero, ambos se empeñaron en hacer, pero no lo- graron decir, y con el cierraplaz­a Vencedor, otro anovillado que fue ruidosamen­te protestado, tras una vara con carioca José hizo un vistoso quite por zapopinas –en España las rebautizar­on como lopecinas, quizá en venganza por las gaoneras–, empezó la faena de hinojos en tablas para ligar hasta 10 muletazos para luego conseguir tandas por ambos lados, tirando muy bien del toro al adelantar la muleta en el cite. Concluyó con manoletina­s muy quietas, dejó una estocada recibiendo y descabelló al primer golpe para pasear una oreja. Nadie le pidió que banderille­ara.

Zotoluco –48 años de edad, 29 de alternativ­a y 21 corridas toreadas en 2015–, algo logró hacerle al abreplaza, comodito de cuerna y alto de agujas que, como el resto de sus hermanos, siquiera recibió una vara, no un pujal o puyazo fugaz en forma de ojal, así fuera mediante el recurso de la carioca, es decir, tapándole la salida al astado después de la reunión. Ala muleta llegó incierto y defendiénd­ose, para despenarlo de infame bajonazo.

Con su segundo, Guantero, que recargó en el puyazo y terminó fijo y repetidor en el último tercio, Zotoluco exhibió de nuevo su nivel de incompeten­cia al reponer innecesari­amente el terreno, retrasar inoportuna­mente la muleta y abusar del pico de ésta con el mejor del encierro, al que Lalo con trabajos logró aprovechar. Lo confirmó el hecho de que el público dividió opiniones con el torero y despidió con cerrada ovación los despojos del toro.

Y El Juli, que hace tiempo acusa el ventajismo desbocado al que se condena a las figuras postmodern­as del toreo –¡cuidado, Roca Rey!–, y que esta temporada protagoniz­ó un sainete de órdago en su desalmado mano a mano con El Payo ante mesas de Fernando de la Mofa –¡aguas, José Tomás!–, no logró correspond­er a las expectativ­as de un público que todo le corea e incluso le pide que banderille­e cuando hace años dejó de hacerlo.

Con su primero, Malagueño, un mansurronc­ito obediente que se dejó hacer de todo y al que dejó una estocada trasera y caída, ocurrió lo increíble: cuando la villamelon­ada pedía las dos orejas, el juez no soltó ni una, no fueran a rebautizar un toro. Con su anovillado y deslucido segundo, que le tocó por mera coincidenc­ia, no hizo nada.

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