¿LA FIESTA EN PAZ?
Taurinos y antis, burriciegos Morena se echa arena
n qué cree que se parecen la política y los toros?”, pregunté a la dueña del puesto de periódicos. Entornó los ojos como si sospechara alguna doble intención en mi duda para enseguida responder: “Pos será en que en ambas actividades abundan los pendejos”. Extraños mandatos de inapelable autoridad determinaron, digamos de la administración de Miguel de la Madrid a la fecha, que en México los señores políticos, como si vivieran en Londres, no sólo iban a omitir toda mención a la añeja fiesta de los toros –490 años de antigüedad por estas tierras de endémica conquista–, sino que la dejarían en manos de los millonarios que dicen arriesgar su dinero, sin que ninguna autoridad ni normativa entorpecieran su mediocre gestión. Este neoliberalismo en materia taurina, a cargo de políticos fruncidos y de taurinos poderosos, acarreó el debilitamiento de una rica tradición mexicana y haber desaprovechado la oportunidad de una fiesta de toros inteligentemente politizada, no en favor de los partidos ni del gurú sexenal en turno sino del fortalecimiento de valores identitarios de la cada día más agringada sociedad mexicana. Suponer, como suponen los taurinos de todo el mundo, que la amenaza de la fiesta son los animalistas, los antis y legisladores oportunistas, y no la tauromafia que se apoderó de la fiesta gracias a desregulaciones, complicidades e indiferencia, es acusar una ceguera monumental. Burriciego se le llama al toro que no ve bien de cerca, ya de nacencia ya durante la lidia, y burriciegos resultan aquellos taurinos que sólo ven lo que está a distancia –detractores y prohibicionistas– y no lo que en sus narices carcome la fiesta de sus amores: pésima organización, nula motivación y peor promoción de una fiesta brava sin bravura ni competencia, gracias al amiguismo de los poderosos y a la claudicación de autoridades de todos los niveles y partidos.