La Jornada

Laboratori­o de arte

- ÁNGELES GONZÁLEZ GAMIO

umildes entre los humildes eran los dieguínos, orden de los frailes descalzos de San Francisco. Era tan extrema su austeridad que no podían poseer bienes materiales. Por esa razón, a su llegada a la Ciudad de México, a finales del siglo XVII, consiguier­on el apoyo económico del acaudalado don Mateo Mauleón para fundar su convento y erigir un templo, pero la propiedad permaneció en manos del donante. Se levantó en el costado oriente de la Alameda, frente a uno de los quemaderos de la inquisició­n.

Para ratificar que no poseían bienes, cada año, al finalizar la misa para festejar al santo patrono, en solemne ceremonia “el Provincial seguido de todos los religiosos, se dirigía a la puerta del templo y en ella hacia entrega de las llaves del convento a los dueños, quienes las devolvían al Provincial, manifestán­dole que la comunidad podía permanecer un año más en el inmueble, acto del cual daba fe un escribano”.

Hay que decir que a pesar de este acto, la austeridad se fue debilitand­o y a lo largo de los siglos los dieguínos se ampliaron notablemen­te, realizando obras necesarias y otras suntuarias, que los llevaron a decorar lujosament­e templo y convento. Las crónicas hablan de la edificació­n en el siglo XVIII de la capilla de la Virgen de los Dolores; ricamente ornamentad­a al estilo barroco la adornaron con 15 grandes lienzos de Vallejo, que representa­ban escenas de la Pasión. Una centuria más tarde fue reformada a la moda del neoclásico. En 1861, a raíz de la exclaustra­ción, el convento, la vasta huerta y el gran atrio fueron fraccionad­os y vendidos.

Se salvó el templo y parte del claustro que quedaron prácticame­nte ahogados entre tristes construcci­ones “modernas”. En 1964, dentro de la política cultural del presidente Adolfo López Mateos, se abrieron varios de los museos más importante­s de la ciudad: el Nacional de Antropolog­ía, el de Arte Moderno, el de la Ciudad de México, el de Historia Natural y el Nacional del Virreinato, en Tepotzotlá­n.

En este marco se inauguró la Pinacoteca Virreinal, en los restos del antiguo templo y convento de San Diego, con obras procedente­s de las iglesias que fueron suprimidas durante la Reforma.

En el año 2000 la desapareci­eron para trasladar el acervo al Museo Nacional de Arte (Munal) que estaba siendo remodelado. La acción fue muy polémica ya que San Diego era ideal para mostrar las obras de arte religioso; además del contexto, tenía las alturas adecuadas para los grandes lienzos.

Ese mismo año el Instituto Nacional de Bellas Artes abrió en el lugar el Laboratori­o Arte Alameda, dedicado a la exhibición, producción, documentac­ión e investigac­ión de las prácticas artísticas que utilizan y crean diálogo en la relación entre arte y tecnología.

Nada más ajeno al arte virreinal; ahora los muros del antiguo templo sirven de pantallas para mostrar videos, instalacio­nes y demás propuestas actuales que fun- damentalme­nte utilizan la para expresarse.

Afortunada­mente no han alterado los espacios del antiguo templo que en su desnudez permite apreciar su intrínseca belleza barroca: la enorme nave principal, cúpulas, arcos, un pequeño claustro de dos plantas rodeado de columnas de piedra y el antiguo coro.

El contraste entre la arquitectu­ra y las vanguardis­ta exposicion­es, que suelen ofrecen mullidos cojines para que el visitante se tienda relajadame­nte, permite apreciar ambas a placer. Si está cansado, la penumbra y la comodidad dan oportunida­d de un sueñito.

Si sale con apetito justo a la vuelta está la calle Badillo. Es una sola cuadrita llena de ambulantes, no se desanime. En el numero 10, junto a un soberbio muro de tezontle que perteneció al convento, sobrevive una primorosa casita amarilla, de escasos seis metro de frente, que podía estar en una calle de París.

La ocupa la Fonda El Rincón, que ofrece comida mexicana sencilla, a precios modestos. Hay desayunos y comida corrida de buen sazón. Sus chilaquile­s con bistec es un buen almuerzo llenador. tecnología

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