La Jornada

Una y otra vez

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De pronto Carmela se volvió hacia otro lado y nos confesó que se sentía avergonzad­a porque en aquellos momentos: “Ya sólo pensaba en que iba retrasada. Necesitaba que la micro volviera a su ruta para que yo pudiera llegar puntual a la fábrica; de otro modo tendría que reponer el tiempo y quedarme trabajando hasta la noche mientras mi hijo me esperaba en la casa de Chaya. Ella me lo cuida, pero nomás hasta las seis porque luego se va a trabajar.”

Pensando en eso, Carmela le dijo al chofer que iba a bajarse. Él no la oyó porque lo tenían aturdido las amenazas de los viajeros contra el ladrón y los gritos de éste jurando por su madrecita santa que era su primer robo y no volvería a cometer ningún otro.

Carmela se estremeció al recordar la decisión con que el hombre armado puso la pistola en el pecho del asaltante y lo sentenció: “Esta vez no te escapas. Aquí se termina tu historia.” Luego le ordenó al chofer que se detuviera. Todos sintieron el enfrenón y se miraron. El del overol fue el primero en saltar a la carretera. Alguien empujó al acusado. Al caer, sus pies levantaron una nube de polvo. Sus captores lo rodearon y siguieron golpeándol­o una y otra vez, hasta llegar a la curva donde la basura se abulta como un cerro.

Carmela, llorando, nos dijo que vio al ladrón hincarse suplicante. El primer golpe lo hizo tambalears­e; el segundo, caer. Cuando estaba en el suelo reci- bió puntapiés en el pecho y en la espalda. El hombre armado lo obligó a levantarse. Al muchacho se le doblaban las piernas y retrocedió tratando de evitar la lluvia de golpes. Carmela gritó que ya era suficiente. El del overol se volvió hacia ella: “Diría lo mismo si el niño que este infeliz asesinó hubiera sido su hijo.” El ladrón juró que no sabía nada de eso, miró a Carmela y le pidió que abogara por él.

“¿Y qué hiciste?” En vez de responderm­e, Carmela negó una y otra vez con la cabeza, como si quisiera desprender la escena de su mente. Además, quería hablarle a su hijo por teléfono. Le aconsejamo­s que, antes, se calmara. Sonia le ofreció un té con miel. En el momento en que Carmela recibió la taza vi su mano derecha ensangrent­ada.

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