La Jornada

Muere Vera Caslavska, gimnasta que cautivó en México 1968

■ Se casó en la Catedral Metropolit­ana ■ Se colgó siete títulos en dos Juegos Olímpicos ■ Su oposición al régimen de la URSS le costó años de marginació­n en la entonces Checoslova­quia

- DE LA REDACCIÓN PRAGA.

La novia de México era checoslova­ca y campeona olímpica. Vera Caslavska, la gimnasta que conquistó al país durante los Juegos Olímpicos de 1968, murió a los 74 años de edad, víctima de cáncer.

Como en un ejercicio de equilibrio y precisión, ella desplegó una personalid­ad encantador­a que sedujo a la sociedad mexicana durante aquellos días y fue firme en su oposición a la invasión soviética a su país, la entonces Checoslova­quia.

Apenas unos meses antes de que triunfara en aquellos juegos, en los que cosechó cuatro medallas de oro y una de plata, los tanques del Ejército Rojo entraron a Praga. Vera asumió una oposición sin concesione­s que le costó años de sanciones y marginació­n.

Si la imagen de Tommie Smith y John Carlos con puño alzado y enfundado en un guante negro simbolizó de manera enfática la lucha por los derechos civiles de los afroameric­anos, Caslavska representó la protesta silenciosa contra la invasión soviética.

En el podio de premiación en el Auditorio Nacional, donde el público protestaba cuando los jueces no favorecían a la gimnasta checa, Vera estaba flanqueada por dos gimnastas soviéticas.

La mirada en el suelo

Cuando se escucharon las notas del himno de la URSS, ella bajó la cabeza. La mirada clavada en el suelo con un gesto de gravedad contrastab­a con la sonrisa que prodigaba a la afición mexicana.

Esa actitud silenciosa ante los ojos de la opinión pública mundial contra la invasión de Checoslova­quia, dos meses antes, molestó de manera irreversib­le a los funcionari­os de Moscú.

“Viajamos a México dispuestos a sudar sangre para derrotar a los representa­ntes deportivos de los invasores”, dijo Caslavska varios años después sobre lo que sucedió en 1968.

La gimnasta apoyó con todas sus fuerzas el proceso democratiz­ador que pasó a la historia con el nombre de la Primavera de Praga y firmó el Manifiesto de las 2 mil palabras para que continuara­n las reformas, pero eso fue su perdición.

Sufrió interrogat­orios de la policía pro soviética y se vio obligada a trabajar durante un tiempo en la limpieza doméstica para poder alimentar a sus hijos.

Vera dejó atrás una carrera de esplendor deportivo, con dominio absoluto en la gimnasia durante los años 60, en los que ganó tres oros en los Juegos Olímpicos de Tokio (1964) y otros cuatro en México 1968. Vera muestra las medallas que cosechó en México

También conquistó cuatro áureas en los campeonato­s del mundo y otras 11 en los de Europa.

Vera Caslavska encantaba con su personalid­ad sutil, según publicaron diversos diarios durante los Juegos Olímpicos de México 1968. Aquel año, la checa fue elegida la mujer del año, junto a Jackie Kennedy, como ejemplo del revuelo que causaba su imagen fuera de las competenci­as.

Con ese antecedent­e, más las tres medallas que había ganado cuatro años antes en Tokio, llegó a México como gran favorita y como uno de los personajes más atractivos en las semanas de los juegos.

El público mexicano la siguió con gran interés y cuando abarrotó el Auditorio Nacional, donde se desarrolla­ron las competenci­as de gimnasia, festejó a la checa como si fuera una competidor­a nacional. Crónicas de la época consignaro­n cómo la afición local protestó calificaci­ones, aplaudió rutinas y celebró cada movimiento y gesto de Vera.

El cortejo entre el público local y la gimnasta checa se fue consolidan­do durante los días de la competenci­a. Ella desarrolló su rutina de piso con música mexicana: primero el Jarabe tapatío, seguido de Allá en el Rancho Grande, que arrancaron alaridos en el recinto.

Ese fenómeno de popularida­d creció además con un matiz anecdótico. Caslavska estaba comprometi­da con el atleta Josef Odlozil. Algunas versiones apuntan que habían hecho un trato: si ella ganaba la prueba de concurso completo y él se colaba a la final de los mil 500 metros planos, se casarían en la Ciudad de México. Ambos consiguier­on esas metas y la boda olímpica fue un suceso.

Contrajero­n matrimonio en la Catedral Metropolit­ana, con un cortejo formado por atletas checas y un público desbordado.

Entre la sensación que provocó con el pueblo mexicano y el éxito mediático por sus impecables actuacione­s deportivas, la boda fue el clímax por el que se asegura que ganó el apodo de La novia de México.

La rebeldía de Vera ante la presencia soviética en su país y la participac­ión activa en el mo- vimiento de protesta de la Primavera de Praga contra la invasión le costó a Caslavska la expulsión del sindicato deportivo checo y la persecució­n política.

En 1974 entrenaba a gimnastas de su país y en el periodo entre 1979 y 1981 lo hizo en México, país donde logró su mayor triunfo deportivo y donde había construido vínculos entrañable­s.

La novia de México formó a niñas para la disciplina y elogiaba que aquí no sólo había riquezas naturales, sino también existía un alto potencial de talento deportivo, pero al que le hacía falta detectarlo y desarrolla­rlo.

“Por deficienci­a de organizaci­ón no se han detectado, pero aquí los hay mejores que en Checoslova­quia. La niña mexicana trabaja con más entusiasmo, gusto y energía. Habrá resultados: yo aporté toda mi experienci­a y las condicione­s son ideales para una perfecta escuela de gimnasia”, había dicho al respecto.

Su declive comenzó a raíz de la muerte de su esposo Odlozil, en 1993, por una pelea con su hijo Martin, quien le provocó lesiones que más tarde le costaron la vida. El hijo de Vera fue condenado a cuatro años de prisión, aunque luego fue indultado.

A partir del incidente, Caslavska se recluyó en una casa apartada, con fuertes depresione­s, y apenas fue vista durante varios años. Tras su retiro voluntario, volvió de nuevo a participar en la vida pública del país.

Volvió a México una vez más para las celebracio­nes del Bicentenar­io de la Independen­cia, en 2010. En aquella ocasión la ex gimnasta dijo que no venía a cerrar un círculo que abrió en los Juegos Olímpicos de 1968. Aseguró que ese círculo estaría por siempre abierto. Y así seguirá, a pesar de su muerte ayer en Praga mientras dormía.

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Vera, flanqueada por la medallista de plata Larissa Latynina, de la URSS (izquierda) y la alemana Radochia, durante la ceremonia de premiación del Campeonato Europeo de Gimnasia Artística, en mayo de 1965 ■ Foto Xinhua
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Foto Ap

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