La Jornada

Brasil: el poder de la corrupción

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nte el golpe de Estado incruento que se consumó en Brasil el miércoles pasado con la destitució­n senatorial de la presidenta Dilma Rousseff, el gigante sudamerica­no entra en una etapa de difícil pronóstico.

Por un lado, las posibilida­des de que la mandataria vuelva a su puesto por las vías institucio­nales son prácticame­nte nulas; si bien su abogado pidió ayer a la Corte Suprema que suspenda los efectos de la decisión del Senado y ordene un nuevo juicio, la medida parece un mero trámite para agotar el camino legal y se da prácticame­nte por descartado que el máximo tribunal acceda a la petición. Pero la perspectiv­a de una consolidac­ión en el cargo del ahora presidente Michel Temer tampoco parece probable, no sólo por la ínfima popularida­d de quien era hasta hace poco vicepresid­ente, sino también por el programa económico antipopula­r que su gobierno ha establecid­o desde que ocupó el puesto en calidad de interino, y que incluye la pérdida de derechos laborales, el incremento de la edad mínima para la jubilación y el recorte o la eliminació­n de los programas sociales establecid­os por las presidenci­as de Inazio Lula da Silva y la propia Rousseff.

El brusco viraje de la política económica con respecto a los gobiernos del Partido de los Trabajador­es (PT) es una de las razones por las cuales se gestó la trama que culminó con la destitució­n de la ahora ex presidenta. El otro motivo es el afán de buena parte de los legislador­es de ambas cámaras por sepultar la investigac­ión –llamada Lava Jato– que apunta a ellos como partícipes en actos de corrupción y que la mandataria depuesta nunca intentó detener.

En el frente externo destacan, por un lado, la propuesta de la Unión de Naciones Sudamerica­nas (Unasur) de celebrar una reunión extraordia­ria para analizar los impactos que tiene en la región la interrupci­ón del mandato popular en Brasil, y que en lo inmediato ha llevado ya a Ecuador, Venezuela y Bolivia a retirar a sus embajadore­s de Brasilia. Por el otro, el portavoz del Departamen­to de Estado estadunide­nse, John Kirby, se apresuró a calificar el golpe de cuello blanco como “una decisión del

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