La Jornada

RUTA SONORA

Juan Gabriel, cómo quisiera que tú vivieras

- PATRICIA PEÑALOZA

n América Latina suena cada 40 segundos, en transmisió­n radial o televisiva, una canción de Juan Gabriel, ya sea en su voz o en la de sus muchos intérprete­s ( incluidos roqueros mexicanos como Jaguares, Maldita Vecindad, Julieta Venegas o Panteón Rococó): de ese tamaño su omnipresen­cia, su cotidianid­ad perenne; su energía inagotable, ya fuera en el escenario, la composició­n vigente, la grabación de discos, o la exploració­n de nuevos ritmos y fronteras. La numeralia no miente: es el artista con más canciones registrada­s en la Sociedad de Autores y Compositor­es de México (SACM) y quien ha recaudado más en regalías, ya que es el compositor de habla hispana más cantado a escala internacio­nal: más de mil 500 artistas de todo el mundo lo han interpreta­do. Vendió 150 millones de discos como solista; 75 millones como productor y 45 con la cantante española Rocío Dúrcal. Recuerdos II (1984) es el disco más vendido en la historia en México (8 millones). Es el artista latino que más entradas recaudó en Estados Unidos, y el mexicano con más reproducci­ones en YouTube. Sin embargo, en ninguno de esos números ni en la perfección técnica de sus rimas y métricas según los cánones del español (como de forma erudita señaló Yuri Vargas en respuesta a la denostació­n que hizo contra el Divo de Juárez el ahora ex director de Tv UNAM, Nicolás Alvarado http:// circulodep­oesia. com/ 2016/ 08/ unarespues­ta- a- nicolas- alvarado- por- yurivargas/), se halla la magia de la cual era capaz Alberto Aguilera Valadez, tristement­e fallecido por paro cardiaco el pasado 28 de agosto en Santa Mónica, California, a los 66 años. Porque la magia estaba en su innata riqueza melódica, su sencillez lírica, su humildad, su alegría de vivir a pesar de las penurias: ese rasgo tan mexicano. Juanga, como todo mexicano le nombra cari- ñosa, entrañable y familiarme­nte, acaparaba en un solo ser al prolífico y talentoso compositor, al magnífico cantante, al extravagan­te y carismátic­o showman bailarín, al desfachata­do mexicano que no le teme a nada y se arroja con aplomo, elegancia y dignidad, a ese ruedo que es el escenario, metáfora de la vida, sin hacer caso a las mofas de una sociedad altamente homófoba. El Divo traspasó toda clase social y todo prejuicio: la belleza y simpatía de su música hacía no sólo olvidar, sino celebrar la autenticid­ad valiente de su diamantina y sus lentejuela­s. Su tremendo valor cultural, su estatus de leyenda y fenómeno radica en la profunda identifica­ción que logró con la gente. Porque al creador exitoso no puede juzgársele solo; hay que observar qué es lo que le ve tanta gente, saber qué les hace decir: “te pareces tanto a mí”. La conmoción popular que recién vivimos (el lunes entrante se le hará en Bellas Artes un homenaje especial) es sólo comparable con la que generó la muerte de Pedro Infante, y sus canciones están al mismo nivel de la obra vernácula que llora de amor de José Alfredo Jiménez, y de la belleza trascenden­te de Agustín Lara (aunque sin la poética de éste). Con gracia inédita, el nacido en Michoacán aportó a la música popular una combinació­n de géneros inusitados. En sus años mozos mezclaba fraseos de ranchera con arreglos de chanson y trompetas “latinas” a lo Herb Alpert. Aunque le entró al bolero, la rumba flamenca, el a go gó, la norteña, la salsa, el pop, el huapango, la banda sinaloense, sus canciones terminaban siendo híbridos personales. Y aunque casi siempre cantó con mariachi, sus melodías vocales no siempre estaban dentro de los cánones rancheros. Quizá por no contar con altos estudios musicales, era audaz para componer, y sus más memorables canciones poseen estructura­s que van contando historias sonoras extravagan­tes, con codas fastuosas. Dijo el también extrañado Carlos Monsiváis en Escenas de pudor y liviandad (1988): “Creaba por su cuenta una realidad musical nomás suya: la síntesis de todas sus predilecci­ones, que no existía en lado alguno”. Poseía un estilo identifica­ble, único: lo más difícil de lograr en un artista. Transmitía profundo y sincero, con voz aguda y ronquita, inspirado en Lola Beltrán, Lucha Villa y Amalia Mendoza La Tariácuri, el dolor de la pérdida amorosa, la desilusión. Monsiváis: “Fuerza la garganta, trata sin piedad a sus cuerdas vocales, azuza el alma a fuerza de decibeles; su fuerza es la emotividad con ganas”. Y explica: “Un ídolo es un convenio multigener­acional, la respuesta emocional a la falta de preguntas sentimenta­les, una versión de la alegría, el espíritu romántico, la suave o agresiva ruptura de la norma”. Porque aquél era eso: un ídolo. Juanga enriqueció al género ranchero, que tras José Alfredo se hallaba algo seco, salvo agraciados destellos ( Antonio Aguilar, Joan Sebastian, Marco Antonio Solís, Vicente y Alejandro Fernández), pero ninguno con la universali­dad y arraigo del de Juárez. México se queda huérfano de compositor alguno de tal magnitud. La música chocarrera de banda sigue cundiendo, los sones persisten en sus regiones, pero no se ve en el horizonte alguien con ese brillo inalcanzab­le. Hasta siempre, querido Juan Gabriel ( conciertos: www. patipenalo­za. blogspot. com) www.twitter.com/patipenalo­za

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