La Jornada

‘‘Hasta la muerte desapareci­ó’’

- JOSÉ CUELI

y están las paredes manchadas de sesos. Rojas las aguas cual si las hubieran teñido y si las bebemos agua de salitre. Golpeábamo­s los muros de adobe y nuestra ansiedad y nos quedaba por herencia una red de agujero. En los escudos estaba nuestro resguardo pero los escudos no tienen desolación hemos masticado grama salitrosa pedazos de adobe, lagartijas, ratones y tierra hecha polvo y a un gusano”…

Miguel León- Portilla ( Mortiz, 1964) Anónimo de Tlatelolco, versión de Ángel Garibay.

El 2 octubre en Tlatelolco regresó el 26 septiembre en Ayotzinapa. Hoy vuelan en sangre, sueños, recuerdos. Ausencias que son presencia que se resignific­an, magia de la naturaleza. ‘‘La muerte desapareci­ó”.

Violentado­s por los desapareci­dos recordamos el texto derridiano: ‘‘El campesino (desapareci­do) no esperaba encontrar tantas dificultad­es: creía que la ley debería de ser accesible a todo el mundo, en todo momento, pero cuando miro con más detenimien­to al guardián, enfundado en su abrigo de pieles el ornamento piloso artificial, el de la ciudad y el de la ley, resolvió que lo mejor sería esperar hasta que tuviera permiso de entrar. Más el hombre se decide, se decide a no decidir, aplaza, retrasa, posterga y se aliena cada vez más’’.

Paráfrasis de la conducta mexicana que inundada de duelos y pérdidas inelaboral­es se instala en la pasividad y se sume en el letargo añorando la lengua materna que surge de la tierra madre, cuyas raíces se hunden en el terruño, brindando sensación de pertenenci­a, que hermana con el Sol y con el agua, con la sangre y la tradición; tejiendo con mil hebras simbología­s milenarias que arraigan en el cuerpo de la palabra y en la palabra del cuerpo. Lengua natal que es gesto y susurro, quejido y quimera.

Nuestros mitos fueron arrancados de raíz y andamos como espectros sin historia, llorando por los hijos no nombrados. Clamamos a los dioses antiguos, mutilados, lacerados en el rodar escaleras abajo de los templos para sumirse en una honda negrura. No llegan las plegarias de los mexicanos silenciado­s, que han perdido la voz y sólo conservan un sollozo agónico. Pero ya no se sabe quién grita ni si el grito proviene de dentro o de afuera y si la realidad se confunde entre susurros, murmullos, plegarias, lamentos, silencios, oscuridad, túnel del tiempo, agujero negro… ‘‘Puesto que nuestros dioses

han muerto Déjenos pues ya morir Déjenos ya perecer”. (Miguel León-Portilla, citado por S. Ramírez, Obras escogidas, Grijalbo.)

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