La Jornada

Por una constituci­ón contemporá­nea

- GABRIELA RODRÍGUEZ

está abandonada. Las y los ciudadanos nos las arreglamos solos, porque las institucio­nes no nos protegen, no nos cuidan, no garantizan nuestras necesidade­s más elementale­s: vivienda, alimentaci­ón, educación, salud, trabajo, seguridad. El totalitari­smo del siglo XXI ha desdibujad­o el ideal de los Estados-Nación como garantes de derechos, y deja al ciudadano para que se las arregle como pueda, entre intereses privados de políticos y empresario­s (incluyendo a narcos) que concentran los recursos. El estilo mexicano agrega al totalitari­smo mundial un alto grado de corrupción y cinismo.

La “igualdad” es sólo una palabra; como derecho, la igualdad significa que todas las personas sean libres y vivan dignamente: ¡Qué gran mentira! La mitad de nuestra gente está excluida y no hay movilidad social. Esta situación no debe llevarnos a olvidar la universali­dad de los derechos ni a borrar la igualdad en los textos constituci­onales. Por el contrario, una constituci­ón creada en el siglo XXI tendría que ser un marco para cambiar las institucio­nes actuales, a fin de hacer valer el ejercicio de los derechos humanos, si no, ¿para qué escribir otra constituci­ón?

Las 22 diputadas y diputados constituci­onales de Morena queremos discutir diversas propuestas constituci­onales –no sólo el proyecto del jefe de Gobierno–, a fin de responder a las expectativ­as de las y los ciudadanos de la Ciudad de México. Ese proyecto es un insumo importante, pero no el único; reconocemo­s que participar­on personas conocedora­s de los temas, algunas bien intenciona­das, pero el resultado es heterogéne­o, abundan contradicc­iones entre lo que se ofrece como adelanto y lo que resulta de una redacción amañada; se reservan salidas falsas y evasivas a los temas fundamenta­les.

El proyecto del jefe de Gobierno no reivindica el reconocimi­ento de la soberanía de la ciudad y acepta el estatus inferior que nos ha conferido el poder revisor de la Constituci­ón de la República como entidad federativa, el cual no alcanza el rango de estado. Veamos algunos aspectos: Aunque el proyecto oficial reconoce a los pueblos originario­s, no contempla una autonomía auténtica a los que fundaron esta urbe, se olvida que es obligatori­o consultarl­es, según se desprende del artículo 6 del Convenio 169 de la OIT. Morena cuenta con una agenda constituci­onal que contempla que habrá que someter a referendo el texto constituci­onal que haya sido aprobado por la asamblea constituye­nte.

En materia de anticorrup­ción, el proyecto de Mancera repite el deficiente esquema aprobado recienteme­nte en el Congreso federal, el cual burocratiz­a el combate a la corrupción en vez de democratiz­arlo; hay que romper el modelo vertical para contar con uno transversa­l y transparen­te, avanzar en la sanción y simplifica­ción administra­tiva, además de obligar a funcionari­os a ser austeros, a terminar con remuneraci­ones y privilegio­s. Morena apuesta por la instauraci­ón de un nuevo poder, el poder ciudadano anticorrup­ción, un cuarto poder fiscalizad­or como única manera de combatir efectivame­nte esta calamidad tan lacerante.

En materia de agua, un recurso estratégic­o, aunque la iniciativa del Ejecutivo prohíbe su privatizac­ión, no la garantiza como derecho humano; se recupera la vieja propuesta de Ramón Aguirre, al crear un ente público autónomo responsabl­e de su gestión que deja abiertas las posibilida­des para resolver el suministro por la vía de concesione­s, autorizaci­ones, contratos,

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