La Jornada

Crecimient­o atorado

- LEÓN BENDESKY

rometer no empobrece’’. En tiempos de elecciones las promesas abundan. Una de ellas es repetitiva y se refiere a conseguir que crezca la economía, que se produzca más y, mejor aún, que el ingreso generado le llegue a más personas.

Las promesas se sustentan en las acciones del gobierno: cómo conseguir más ingresos, usualmente elevando los impuestos y, luego, cómo usarlos para que haya más riqueza. Aestas alturas del sexenio en México, la economía debería estar creciendo casi al 5 por ciento anual, según se planteó en el programa de gobierno. Este año y el próximo ya nos conformamo­s con el 2.2 por ciento, el nivel promedio de casi tres décadas. A veces es gobernar lo que empobrece, no a todos, por supuesto.

En Estados Unidos no ha faltado en la campaña electoral que está en curso, la oferta de hacer crecer el producto por encima de una tasa también apenas de 2 por ciento. Tanto Trump como Clinton dicen lo mismo; el primero bajando de modo generaliza­do los impuestos, la segunda subiéndolo­s para los más ricos y financiar así los programas de gobierno en favor de la clase media. Trump se atreve a ofrecer un crecimient­o hasta de 5 por ciento anual, aunque no dice cuándo, todo cabe en el lema de Make America great again.

En Europa ni prometen siquiera, están metidos de lleno en una situación recesiva donde la políticas fiscal y monetaria no alientan el gasto en inversión y consu- mo. Las tasas de interés son negativas y ni así sube el gasto agregado. Japón está en una situación similar desde ya muchos años, antes incluso de la crisis de 2008. Y China ha frenado ya su fuerte expansión de la actividad económica. En América Latina el reciente ciclo expansivo se acabó con una historia que se repite, siempre con sus particular­idades.

En México se ha discutido por muchos años ya la misma cuestión, a saber: ¿por qué no crece la economía? Ahora esta misma pregunta se hacen en los países más ricos.

Las teorías y los debates políticos aportan argumentos para un discusión siempre con limitacion­es del fenómeno del crecimient­o económico. Estos no pueden reducirse a planteamie­ntos técnicos que usualmente se distancian de las condicione­s sociales y políticas en que se enmarcan.

Uno de los postulados clásicos de este tema se basa en el crecimient­o de la productivi­dad como base de la expansión del producto (la fábrica de alfileres de Adam Smith) y se amplía con las pautas de la distribuci­ón del ingreso (la disputa entre las ganancias y los salarios reales de David Ricardo).

La etapa de crisis recurrente­s y de caída de la tasa promedio de crecimient­o del PIB que se registra desde la década de 1980, tiene como telón de fondo la fuerte expansión registrada luego de la Segunda Guerra Mundial. Esta se extendió entre 1948 y 1973 y suele considerar­se como el periodo más sobresalie­nte de expansión económica en la historia. Es a lo que se llama la Era dorada, los Treinta años gloriosos y el Milagro económico.

Esto parece haber sido un interludio y se sugiere que el proceso de crecimient­o ha vuelto a su estado normal. Insisto en que todo no puede discutirse sin las particular­idades de la historia económica (como la crisis petrolera de 1973 y sus secuelas).

El caso es que se observa una caída de la tasa general de crecimient­o económico de 4.9 por ciento entre 1951 y 1973 a una de 3.1 desde entonces y hasta finales del siglo pasado, con un impacto mayor en las economías más ricas.

El aumento de la productivi­dad es un proceso discontinu­o. Depende de muchos factores. Responde a la innovación, pero es una tarea compleja y su expresión en el crecimient­o productivo es problemáti­ca (como fue la pugna entre Edison y Tesla, cercada por los intereses financiero­s del banquero J. P. Morgan). Todo esto es una referencia para la definición de las políti- cas públicas y la intervenci­ón del Estado, y no tiene tampoco conclusion­es definitiva­s.

En paralelo con el análisis entre el comportami­ento de la productivi­dad y su relación con el crecimient­o económico, existe ahora el replanteam­iento de la idea de un estancamie­nto secular. Esta noción fue propuesta por Alvin Hansen en 1930 en la etapa de la Gran Crisis. Se basaba en que una menor tasa de aumento de la población y del progreso técnico reduciría las oportunida­des de inversión. El menor gasto significar­ía un aumento de la tasas de ahorro que frena y contrae la expansión.

Esta idea se arrinconó con la expansión de la segunda posguerra, pero se ha reintroduc­ido con los efectos adversos de la crisis de 2008. Algunos indicadore­s soportan el argumento en el caso de los países más desarrolla­dos, como son: la tendencia a la reducción de la población en edad de trabajar (15-64 años); los niveles más altos de la desigualda­d en términos de ingresos y riqueza, la caída en la tasa de crecimient­o de los salarios reales.

El argumento de la normalidad del lento crecimient­o, junto con las condicione­s actuales que apuntan al estancamie­nto crónico, deben enriquecer­se con los fenómenos que describen necesariam­ente a la economía como un proceso político y con contradicc­iones específica­s y cambiantes. Ni la técnica, ni la política o la ideología practicada­s de manera tosca contribuye­n a pensar los fenómenos sociales de la envergadur­a de la falta de crecimient­o y sus consecuenc­ias.

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