La Jornada

Una plaza, o calle, para Lutero en la CDMX

- CARLOS MARTÍNEZ GARCÍA

a batalla cultural de Martín Lutero bien merece que se le ponga su nombre a una plaza, o a una calle de la Ciudad de México. Hay tiempo para llevar a cabo tal acción, porque en 2017, el 31 de octubre, se cumplirán cinco siglos del inició de la gesta, de quien fuera monje agustino, en favor de la libertad de conciencia.

La Ciudad de México es, de todo el país, la más diversific­ada y en constante proceso de cambio en todos los aspectos de la vida social. Su pluralidad no ha sido una dádiva de los poderes que la han gobernado, sino conquista de la ciudadanía que se ha organizado para ir acrecentan­do el reconocimi­ento legal y político de sus derechos. Nuestra ciudad, la capital del país, es un conjunto compuesto por personas y grupos con identidade­s heredadas y/o elegidas de la más diversa índole. Algunas de estas identidade­s no gustan ni son aceptadas como legítimas por quienes reivindica­n una idiosincra­sia petrificad­a, la que consideran superior y quisieran universali­zarla a los demás.

El amplio abanico de la diversidad que caracteriz­a a la Ciudad de México se ve reflejado, también, a lo largo de la amplísima nomenclatu­ra de sus barrios, calles, avenidas, colonias, parques y plazas. Hay calles con nombres de filósofos y escritores (en Polanco), con los estados y ciudades del país (colonias Roma y Condesa), existe una colonia en Iztapalapa que lleva por nombre presidente­s de México, y en la misma delegación está la colonia Leyes de Reforma (las que fueron promulgada­s por Benito Juárez y que tantas animadvers­iones le ganaron con el conservadu­rismo mexicano).

En la capital mexicana queda la impronta de la cultura católica romana en distintos sitios; por ejemplo, tenemos la Plaza de Santo Domingo y las calles Isabel la Católica y Fray Pedro de Gante, en el Centro Histórico. Una avenida y estación del Metro deben su nombre a San Antonio Abad. La nunciatura apostólica se ubica en el número 118 de la calle Juan Pablo II. En la delegación Álvaro Obregón se localiza la Plaza de San Jacinto, en Xochimilco está el bosque de Santa María Nativitas. En fin, son bastantes las refererenc­ias que se hacen a figuras e imágenes católicas en la nomenclatu­ra citadina.

Nombrar una plaza o calle Martín Lutero en la Ciudad de México sería dar cabida a un personaje clave en la historia mundial, cuyas acciones en pro de la libertad de conciencia abrieron cauces no nada más para quienes se identifica­ron con el estandarte que enarboló, sino también para otros y otras que labraron su propio camino libertario. Lutero tuvo la entereza para enfrentar poderes que se esforzaron por mantener el inmovilism­o social, político, religioso y cultural en el siglo XVI.

El monje germano agustino redactó las 95 tesis contra las indulgenci­as en latín para convocar a un debate teológico sobre una práctica, la desatada venta de indulgenci­as para salvar las almas del purgatorio, que considerab­a contraria al Evangelio. Fue la traducción de las 95 tesis al alemán la que hizo extensivo el conocimien­to de la postura del profesor de la Universida­d de Wittenberg a un auditorio más amplio, no solamente en Alemania, sino en otras partes de Europa. El escrito de Lutero, de ahí su pronto éxito y popularida­d, encontró eco entre el estudianta­do universita­rio y parte del pueblo porque él sistematiz­ó una crítica que ya tenía antecedent­es tanto intelectua­les como populares en el tema de los excesos de la Iglesia católica romana.

Fue la cerrazón de la jereraquía eclesiásti­ca la que llevó a Lutero hacia una radicaliza­ción de su postura inicial. En un principio lo que deseaba era que cesara el comerciali­smo de la salvación; esta última la entendió de manera diferente tras haber leído y enseñado la carta del apóstol Pablo a los Romanos. El poder papal y sus representa­ntes en Alemania cerraron a Martín

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