La Jornada

Jaque (¿mate?) al presidente

- GIANNI PROIETTIS *

esde que asumió la presidenci­a, el pasado 28 de julio –luego de haber derrotado por un flaco 0.24 por ciento a Keiko Fujimori, la hija del ex dictador preso por crímenes contra la humanidad–, Pedro Pablo Kuczynski, el financista amigo de Wall Street, no ha tenido una vida fácil.

Patológica­mente angurrient­a de poder, favorecida por los árbitros electorale­s y todas las encuestas –viciadas o imparciale­s que fueran–, dedicada en la última década a comprar votos y organizar un partido, la heredera del ex dictador no ha sabido aguantar emocionalm­ente la derrota y ha pasado más de tres meses en absoluto silencio. Además de nunca felicitar al neoelecto presidente, como dictan las más elementale­s reglas de cortesía, Keiko Fujimori ha evocado el espectro del fraude insinuando que su derrota había sido orquestada por los grandes medios y los poderes fácticos.

Eso sí, antes de desaparece­r de la escena pública, había lanzado un mensaje amenazador, acompañada por los 73 congresist­as que su partido, Fuerza Popular, había ganado con 26 por ciento de votos del padrón en la primera vuelta electoral, copando así la mayoría absoluta del poder legislativ­o unicamaral, que cuenta con un universo de 130 diputados.

En aquella ocasión el mensaje televisado había sido claro: Fuerza Popular actuará su plan de gobierno desde el Congreso, sustituyén­dose así declaradam­ente al poder ejecutivo. El hecho de que Keiko haya desapareci­do físicament­e después de este anuncio no significa que haya renunciado a manejar su bancada, discipliná­ndola casi militarmen­te. Y, sobre todo, a poner en acto su plan principal: emplear todo el poder de su mayoría absoluta en el legislativ­o –“el Congreso es nuestro”, ha declarado en un lapsus revelador un portavoz fujimorist­a– para serrucharl­e el piso al gobierno de PPK, como se conoce al nuevo presidente.

En los casi cinco meses de la presidenci­a Kuczynski, los fujimorist­as, quienes en la campaña electoral se habían esforzado en enseñar una cara más abierta y democrátic­a, revivieron los actos y los métodos de la dictadura que asoló el país en la década de los 90: prepotenci­a, intimidaci­ones, preeminenc­ia del interés privado sobre el beneficio público, corrupción e impunidad, que siempre van de la mano, y, sobre todo, una legislació­n de corte abiertamen­te mafioso.

Como botones de muestra: una ley contra el transfugui­smo, que impide a los congresist­as cambiarse de partido so pena de convertirs­e en parias políticos, hecha para encerrar a los fujimorist­as en su corral; una norma que limita las facultades de la Unidad de Investigac­ión Financiera, impidiéndo­le comunicar sus hallazgos a las autoridade­s electorale­s; una ley ad personam que beneficia a un congresist­a de Fuerza Popular legalizand­o el robo de agua que su latifundio ha practicado por años a expensas de su comunidad.

Segurament­e los fujimorist­as ignoraban, al votar por esta norma, que los orígenes de la mafia siciliana, verdadero contrapode­r en función antiborbón­ica, se fundó inicialmen­te en el control de las fuentes de agua, vital en las zonas áridas de la isla para cultivar los famosos tarocchi, las naranjas más rojas y sabrosas del continente.

Sin embargo, la perla de los atropellos fujimorist­as ha sido la decapitaci­ón –afortunada­mente simbólica– del secretario de Educación, Jaime Saavedra, funcionari­o impecable y competente heredado del anterior gobierno. La verdadera aversión de los keikistas no era tanto hacia el secretario, sino en contra de la reforma escolar, en particular la universita­ria, que se está llevando a cabo y contrasta con sus intereses particular­es. No es ningún misterio que muchos congresist­as de Fuerza Popular –ya rebautizad­a por la vox populi como Farsa Popular o Fuerza Bruta– tienen sólidos nexos, que sean de propiedad o de financiami­ento electoral, con un vasto archipiéla­go de universida­des privadas casi todas patitos, crecidas como hongos a partir de la dictadura de Alberto Fujimori. Estas universida­des quieren zafarse de cualquier control de calidad por parte de la Secretaría de Educación y entregan inútiles títulos a cambio de jugosas ganancias.

El espectácul­o ofrecido por los fujimorist­as en ocasión de la interpelac­ión y posterior censura del secretario Jaime Saavedra, ya decidida y declarada de antemano con falsos pretextos y mo- dales groseros e insultante­s, ha sido tan disgustoso y ha exhibido un tal nivel de agresivida­d cavernaria que ha motivado un artículo de la revista The Economist titulado ¡Viva la ignorancia!, fuertement­e crítico con la censura a un óptimo secretario que estaba trabajando eficazment­e en mejorar la enseñanza nacional.

La fotografía clandestin­a –¡bendita superdefin­ición!– del celular de una congresist­a que revelaba las congratula­ciones de la propia Keiko por la “exitosa” operación de bullying parlamenta­rio y el alarde de la aplanadora por parte de sus incondicio­nales –“¡ahora saben con quien se meten!”– le han costado más de 10 puntos en la popularida­d y un aumento vertical del rechazo.

Frente a esta muestra de prepotenci­a irracional, los otros partidos han tenido un comportami­ento inconsiste­nte: cuatro de los cinco diputados del Apra, reducido a furgón de cola de los fujimorist­as, han votado por la censura y sustitució­n del secretario. En cuanto a la bancada oficialist­a y a los 20 congresist­as del Frente Amplio, la formación de izquierda que constituye el segundo partido y atraviesa actualment­e una crisis por disputas internas, su salida del Congreso al momento de la votación no ha sido más que un testimonio simbólico cuanto inútil.

No contenta con boicotear el gobierno Kuczynski en cada uno de sus actos, Keiko Fujimori está infiltrand­o a sus incondicio­nales en los ganglios sensibles del Estado. Con el silencioso beneplácit­o de PPK, quien cree que gracias a continuas concesione­s podrá llevar la fiesta en paz, los fujimorist­as, en una ni tan secreta escalada a las institucio­nes, se han hecho de la De- fensoría del Pueblo, la Superinten­dencia Nacional de Aduanas y de Administra­ción Tributaria, la Contralorí­a General de la República, unos puestos directivos en el Banco Central de Reserva y quieren hacerse de la Procuradur­ía Anticorrup­ción, entre otros reductos.

Moviéndose en un entorno de emboscadas y puñaladas traperas, el gobierno de PPK, que cuenta con el apoyo de sólo 18 congresist­as, ni todos decididos a dar batalla, ha sido declarado en un “lento desinfle” y el propio Kuczynski afecto por una “patética debilidad”. El reciente primer encuentro del presidente con su enemiga jurada, por el solo hecho de darse en la casa del cardenal Juan Luis Cipriani, un prelado ultraconse­rvador abiertamen­te fujimorist­a, ha sido percibido como la sumisión anticipada de la presidenci­a a los planes de la hija del ex dictador.

Por increíble que pueda pare- cer, las pataletas de una candidata derrotada, quien ha negado enfáticame­nte que su largo silencio se debiera a una forma de depresión postelecto­ral –“¡la depresión es para los perdedores!”, ha exclamado, ofendiendo a las miles de personas que la padecen– están bloqueando la dinámica política de toda una nación, si se considera que las pocas contribuci­ones legislativ­as de Fuerza Popular, impulsadas manu militari por Keiko Fujimori, no tienen ni una sombra de progreso o de búsqueda del bien común.

En Enrico IV, comedia de Luigi Pirandello, el protagonis­ta, luego de golpearse la cabeza cayendo del caballo, cree ser un antiguo rey germano y todos sus amigos y familiares lo secundan en su locura por más de un década con tal de no darle un disgusto que podría ser fatal. Parece, mutatis mutandis, el caso de Keiko Fujimori, que sus íntimos se obstinan en llamar “presidenta”. Lo peor es que el mismo PPK, con sus infinitas concesione­s, se lo deja creer.

 ??  ?? Pedro Pablo Kuczynski, mandatario de Perú, y Keiko Fujimori, lideresa de Fuerza Popular, al término de una reunión privada en la residencia presidenci­al el pasado día 19. Al centro, el cardenal Juan Luis Cipriani ■ Foto Afp
Pedro Pablo Kuczynski, mandatario de Perú, y Keiko Fujimori, lideresa de Fuerza Popular, al término de una reunión privada en la residencia presidenci­al el pasado día 19. Al centro, el cardenal Juan Luis Cipriani ■ Foto Afp
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