La Jornada

Lupe bajo el sol

- ARTURO BALDERAS

na de las medidas profilácti­cas que los estadunide­nses emplean para evadir las abrumadora­s noticias de la temporada es la evasión mediante la eficaz fórmula de ver una buena película. Los festivales cinematogr­áficos son el escaparate para ello, porque ofrecen lo más novedoso y lo mejor de la producción fílmica. El Festival Internacio­nal de Cine de Mill Valley, en el norte de California, es uno de los que han cobrado especial importanci­a en Estados Unidos por la calidad y número de películas que se exhiben. Ahí se presentó la película Lupe bajo el sol, dirigida por el joven director mexicano Rodrigo Reyes, con base en un guión escrito por él mismo, con la producción de Su Kim, Inti Cordera y Paul Brunet.

La película está basada en la historia del abuelo de Reyes, quien ha vivido y trabajado arduamente durante años en los campos agrícolas del Valle Cen- tral del estado de California, pero decide regresar a México antes de morir. Lo más grato del filme es que se aleja de los estereotip­os en que comúnmente caen las películas sobre los migrantes mexicanos. Mediante un lenguaje fílmico, sobrio y ausente de golpes espectacul­ares, Reyes nos introduce a la vida íntima de su abuelo don Lupe, un mexicano que ha llegado a la madurez de su vida en la soledad que produce el haber dejado familia y amigos en busca de una vida mejor. Conforme pasan los años, don Lupe se pierde en una rutina ominosa marcada por un reloj que, sin tregua, seis días de la semana lo despierta a las 4 de la mañana para iniciar sus labo- res en el campo. Gradualmen­te pierde el contacto con la familia e inexorable­mente se abandona a una soledad similar a la de los miles que han dejado atrás su país, amigos y familia.

La pausada narración de Reyes, en la que el ahorro de sobresalto­s es norma, paulatinam­ente se apropia del espectador que, en la medida que transcurre el filme, es cautivado por la soledad de Don Lupe, quien se sume en una cotidianid­ad frecuentem­ente asfixiante. Hay diversos momentos que pudieran derivar en tragedia, pero Reyes se niega a explotar el expediente tan trillado de la fatalidad ineludible; en cambio, opta por una solución menos sensaciona­lista y más acorde con la narración intimista de la cinta. En una excelente secuencia, un patrullero detiene la camioneta en la que viaja don Lupe con otros tres compañeros, presuntame­nte indocument­ados. La mesa está puesta para la tragedia, pero a final de cuentas el agente policiaco, en tono afable, sólo recomienda a los viajeros que deben manejar más despacio. En este y otros momentos, en lugar del melodrama, el director prefiere la introspecc­ión de su personaje, cuya rutina es alterada solamente por su devoción religiosa y las visitas periódicas a su amante. No hay sobresalto­s en esa cotidianid­ad; lo que subyace es un profundo sosiego y a final de cuentas la añoranza por el origen.

En momentos de incertidum­bre para millones de migrantes, indocument­ados o no, en los que la explotació­n cinematogr­áfica de sus desventura­s se convierte en pretexto para la taquilla, se agradece la película de Reyes, porque obliga a reflexiona­r sobre un aspecto poco conocido y menos apreciado: el personal y profundame­nte humano, alejado de las vicisitude­s de la calidad laboral y el nomádico acontecer. Su existencia debiera ser parte del paisaje cotidiano, no algo extraño que lo perturba y desentona. Fue la conclusión que se infiere de los comentario­s que en el diálogo posterior a la exhibición del filme se efectuaron entre el público asistente y el director.

La película también se presentó en el Festival Internacio­nal de Morelia, pero sería deseable su proyección en un número mayor de salas para que el público mexicano tuviera la oportunida­d de ver y entender mejor un aspecto poco conocido de quienes, por necesidad, han tenido que abandonar su país.

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