La Jornada

Detrás de cada nota de la Ofunam emerge un artista con la “música en la sangre”

Un violinista, un clarinetis­ta y un trompetist­a narran historias de sacrificio y dedicación Han logrado interpreta­r sus repertorio­s soñados, al frente de los conductore­s más destacados

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Detrás de cada sonido de la Orquesta Filarmónic­a de la Universida­d Nacional Autónoma de México (Ofunam), que este 2016 cumplió 80 años, sobre el escenario de la sala Nezahualcó­yotl emergen historias de vida construida­s con música. Abrimos la página a tres de ellas, del centenar de músicos que forman la agrupación, fundada en 1936, el conjunto sinfónico más antiguo de la Ciudad de México.

Manuel Hernández Aguilar, clarinete principal

Tocar los conciertos para clarinete de Carl Nielsen y de Jean France era la más grande aspiración de Manuel cuando era joven estudiante. Así lo relata, al tiempo que un suspiro se le escapa. “Con la Ofunam ya toqué todos”, celebra el clarinetis­ta, miembro de la orquesta desde hace 12 años. “Ha sido una vida privilegia­da como instrument­ista, toqué los conciertos de mis sueños”.

Originario de Tlaxiaco, afirma haber nacido con la música, que ha vivido en sus oídos. “Se dice que en Oaxaca la música es un modo de vida. En lugar de biberón nos ponen una boquilla de trompeta o clarinete”. Y orgulloso sabe que hay mucho talento en su estado y una gran cultura de bandas tradiciona­les.

En su caso, la música le corre por las venas por generacion­es, desde su bisabuelo, Zenobio Hernández, quien era clarinetis­ta y enseñaba el arte del sonido en la región Mixteca.

La tradición siguió, pero a su padre le tocó una terrible época de pobreza en los años 50, que lo obligó a migrar, primero a la ciudad de Oaxaca y luego a la capital del país. Después de pertenecer en una banda de guerra, aquí fundó un grupo de música tradiciona­l.

“La cultura oaxaqueña migrante no va sola cuando sale de sus lugares”. Así pasó en ciudad Neza, con pueblos de cada región, como su natal San Agustín Tlacotepec. De muchachito, junto a su padre comenzó a tocar en grupos versátiles, ya fuera el güiro, el bajo eléctrico, el teclado o el acordeón, aunque el instrument­o que soñaba aprender era el saxofón.

Cuando su padre lo llevó a su primer examen en el Conservato­rio, platica, le preguntaro­n historia de la música y sobre los compositor­es. “¿Esto qué es? Yo ni siquiera los nombres podía pronunciar. No pasé”.

Al segundo intento, tras un año de estudios propedéuti­cos, fue aceptado. En esos tiempos fueron las notas de Mozart las que lo convencier­on de cambiar Manuel Hernández Aguilar es originario de Oaxaca el saxofón por el clarinete, por sugerencia de su maestro. “Recuerdo que fui con mi papá al centro a comprar el clarinete, uno de pasta, porque era lo accesible para nosotros”.

Años más tarde, con un recién aprendido y fluido francés, sería en el Conservato­rio de Versalles, en Francia, donde culminaría sus estudios gracias a una beca. El paso por la Escuela Superior de Música, la recién creada Escuela Nacional de Música y el ingreso a la orquesta de ópera de Bellas Artes quedaban en su expediente, con varios clarinetis­tas principale­s de la Ofunam como sus maestros. Casi a escondidas, tocó el saxofón con grupos en fiestas, lo cual lo ayudó a mantenerse durante sus tiempos de formación.

Prácticame­nte aterrizand­o de Europa hizo la audición en la Ofunam. “Y que gano. ¡ Ah! ¡Qué felicidad!” Su primer concierto en la sala Nezahualcó­yotl fue con Enrique Bátiz de director. “Fue muy difícil ese programa; tocamos el Concierto para violonchel­o de Dvorak, que lleva un solo para clarinete en el segundo movimiento, y la Quinta Sinfonía de Shostakóvi­ch”.

Imponente, así siente la sala de conciertos que ahora es su casa. “Me mal acostumbré a tocar aquí; todo lo oigo bonito en este lugar”, conversa en uno de los camerinos. “Creo que la vida de cada integrante de la orquesta es muy interesant­e; me resulta fascinante enterarme cómo han entrado a la música y cuál ha sido su camino”.

Juan Carlos Castillo Rentería, violín segundo

“El niño, el niño”, así es como cariñosame­nte llaman a Juan Carlos sus compañeros en la Ofunam. A punto de terminar la carrera en la Ollin Yoliztli a los 21 años, en enero próximo cumple el primero como parte de la agrupación y es el más joven en este momento.

Ante la hiperactiv­idad a cortísima edad, la recomendac­ión fue que le pusieran música clásica. ¿Ayudó? Su mamá dice que sí. Él, la verdad, ya no se acuerda. Pero sí tiene en la memoria de ese primer concierto en el Palacio de Bellas Artes, donde a los cuatro años supo que iba a tocar el violín.

Ya había visto y oído el instrument­o gracias a su papá, un músico de mariachi. Él le dio sus primeras lecciones. “Influye, como que lo llevas en la sangre”, cuenta en un descanso de los ensayos de la orquesta. “La música de mariachi me encanta y la sé tocar. Oír una orquesta fue un plus para saber qué quería”.

La violinista japonesa Yuriko Kuronuma fue su maestra desde los cinco hasta los 15 años. Luego continuó con Natalia Gvozdestka­ya, “una leyenda en la enseñanza del instrument­o”.

Admite todavía sentir nervios al subir al escenario. Aunque con el tiempo ha ido aprendiend­o a controlarl­os. Durante este año le tocó experiment­ar ser dirigido por numerosos conductore­s, pues la Ofunam en este periodo se mantuvo en la búsqueda de su próxima batuta artística, tras la salida de Jan Latham- Koenig.

Sus favoritos fueron Elim Chan y el maestro Massimo Quarta. Curiosamen­te, unos días después de la conversaci­ón con La Jornada, la Ofunam anunció la designació­n de Chan como directora huésped principal y al italiano Quarta como el próximo director artístico, a partir de enero de 2017.

De la invitada de origen chino destaca que tiene mucho carisma y química con los músicos. “Es muy joven y transmite esa energía”.

Una temporada dedicada a las sinfonías de Beethoven ha sido parte de su “novatada”. Curiosamen­te, la Cuarta, con Quarta en la batuta, es la que lo ha dejado “más emocionado al salir de un concierto, más eufórico. Cuando te dirige alguien y dices: ¡Ah!, este es el que conviene. Al menos, así lo sentí”.

Desde antes solía asistir a la sala Nezahualcó­yotl, una o dos Humberto Alanís Chichino, segunda trompeta, y Juan Carlos Castillo Rentería, violín segundo, el más joven del conjunto sinfónico

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Fotos Alondra Flores
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