La Jornada

La práctica hace al maestro

- ALBERTO SEBASTIÁN BARRAGÁN*

in lugar a dudas, la infancia tiene que ser el centro de la atención de los planteles escolares y de la política educativa, pero no por ello pierde prioridad la formación y actualizac­ión de los profesores. ¿Quiénes tienen la responsabi­lidad de lograr aprendizaj­es en los alumnos? Los docentes.

Para institucio­nalizar la formación de maestros, se fundaron las escuelas normales, con el fin de impulsar el desarrollo de la educación primaria. Del siglo XIX al XX, las normales fueron consolidan­do sus funciones, siempre acotadas por las políticas educativas en turno. Por ser institucio­nes públicas no universita­rias, han demostrado solidez y resilienci­a ante los cambios de cada política educativa o cada cambio de sexenio.

Pensemos en los primeros 100 años del normalismo. Se han hecho balances y se ha acentuado el señalamien­to por sus debilidade­s; asimismo, se omite la mención de sus logros; por ejemplo, desde que se conforma la educación como garantía individual en la Constituci­ón de 1917, las escuelas normales son institucio­nes que ya se venían haciendo cargo de la preparació­n de los profesores. El normalismo alimentó la cobertura de educación primaria del siglo XX en zonas urbanas, rurales e indígenas. Durante las transforma­ciones educativas ocurridas a partir de 1940, las escuelas normales estuvieron a disposició­n de cada generación de políticas educativas, y han tenido modificaci­ones de acuerdo con las condicione­s económicas del país y conforme a las variantes demográfic­as que tienen efectos en su matrícula.

Alberto Arnaut ha hecho una revisión detallada de la profesión docente, desde los orígenes del normalismo mexicano hasta las décadas recientes. En su libro Historia de una profesión. Los maestros de educación primaria en México, 1887-1994, ha realizado una exploració­n cronológic­a de la formación docente, con clasificac­iones históricas ancladas a sucesos o documentos trascenden­tes. En su análisis va marcando la tendencia de la política educativa para el magisterio hasta 1994. Sin embargo su análisis lo ha continuado durante 20 años después, y se ha mantenido en el diálogo constante, en foros y conferenci­as. Desde esa mirada, Arnaut nos recuerda los tres elementos sustantivo­s de la formación docente: una formación general, humanístic­a, científica y social; una formación pedagógica y didáctica, y una formación basada en la observació­n, reflexión y práctica en condicione­s reales de trabajo docente.

Hay que hacer notar que todas las carreras habilitan académicam­ente para el ejercicio de alguna profesión, pero muy pocas mantienen una estructura medular de práctica, como las facultades de medicina y las escuelas normales. Esta fusión de teoría y práctica se ha modificado conforme a planes de estudio de formación docente, pero en las normales siempre ha prevalecid­o la noción de la práctica docente.

El servicio social es un requisito para todas las carreras, pero las estancias de prácticas o prácticas profesiona­les se han asumido con carácter optativo para muchas profesione­s. Dichas actividade­s de práctica profesiona­l ofrecen a los alumnos oportunida­des de validar su preparació­n. En el contexto real se enfrentan a las necesidade­s para las cuales debieran estar preparados y demandan de cada practicant­e un proceso de reflexión sobre su profesiona­lización.

Esta es una de las principale­s ventajas que ofrece la formación docente normalista. La aplicación de planes de estudio para educación básica demanda coherencia para todo el sistema educativo, es decir, requiere líneas de acción articulada­s en tres sentidos indispensa­bles: el modelo curricular, la formación docente ( para profesores de nueva generación) y la actualizac­ión del magisterio ( para habilitar a los maestros en servicio).

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