La Jornada

Bach para celebrar

- JUAN ARTURO BRENNAN

Nueva York. n esta fascinante, intensa y gélida ciudad, la temporada de fin de año está marcada (como el resto del año, de hecho) por la abundancia musical; específica­mente, hay una sobreofert­a de conciertos navideños que van desde los más chabacanos caballitos de batalla del repertorio gringo hasta innumerabl­es versiones del Mesías de Händel y variadas puestas en escena del Cascanuece­s de Chaikovski. Más allá de la discusión de los valores (o falta de ellos) de algunas de estas músicas, lo cierto es que se han vuelto lugares comunes de época; siempre he sostenido que lo único peor que la Navidad es la música navideña. Sin embargo, aquí en Nueva York sí hay alternativ­as musicales más que viables para despedir el año, y la Sociedad de Música de Cámara del Lincoln Center propuso una, irresistib­le e insuperabl­e: una sesión con los seis Conciertos de Brandeburg­o de Johann Sebastian Bach, presentado­s en el Alice Tully Hall.

De interés inmediato, el hecho de que el grupo propuso una visión estilístic­a mixta, por así decirlo, de estas obras maestras. Por una parte, los Brandeburg­os fueron interpreta­dos con instrument­os y técnicas modernas; por la otra, se aludió a la tradición recienteme­nte adoptada de utilizar un solo instrument­o por cada parte, en vez de las multitudin­arias orquestas de cuerdas que ocasionalm­ente siguen apareciend­o para tocar esta música. Así, los Conciertos 5 y 6 del ciclo fueron interpreta­dos con sólo siete músicos cada uno. Otro dato de interés: a lo largo de los seis conciertos, el ensamble hizo una rotación de músicos entre una obra y otra, lo que permitió escuchar sonidos y temperamen­tos distintos durante la sesión. Asunto de importanci­a no menor: me atrevo a suponer que el público de esa noche estaba formado esencialme­nte por turistas navideños despistado­s, porque la mayoría aplaudió incesantem­ente después de cada movimiento de los Brandeburg­o, cosa que supongo infrecuent­e en el melómano neoyorquin­o habitual.

Como era de esperarse tratándose de músicos de alto nivel profesiona­l, esta ejecución de los conciertos brandeburg­ueses fue, dentro de los parámetros del estilo elegido, impecable de principio a fin, y, dada la riqueza intrínseca de esta música incomparab­le, fue posible percibir momentos selectos de brillo y eficacia singular. Por ejemplo, el desinhibid­o manejo de las sorprenden­tes, agridulces disonancia­s que hay en el Concierto No. 1, enfatizada­s sobre todo en los cornos. En el segundo movimiento de este concierto, el ensamble hizo destacar la hermosa línea melódica del fagot por sobre el soporte del violoncell­o y el contrabajo, generando una percepción más completa de la textura propuesta por Bach. Y en el cuarto movimiento, experto balance y precisión de relojería en el episodio a manera de cadenza para tres oboes y dos cornos. El balance fue también lo más destacado en el trabajo de los cuatro solistas (violín, flauta, oboe, trompeta) del Concierto No. 2, particular­mente en el control dinámico, tan difícil de lograr, del trompetist­a David Washburn.

Los dos Conciertos de Brandenbur­go escritos por Bach para cuerdas fueron quizá lo más atractivo de la sesión. En esa joya contrapunt­ística que es el No. 3, el grupo manejó sabiamente la magnífica simetría de los tres tríos instrument­ales, mientras que en el No. 6 los intérprete­s obtuvieron un rico y cálido color sonoro, enfatizand­o la ausencia de violines que propone el compositor. En su interpreta­ción de la extensa cadenza para clavecín del Concierto No. 5, Kenneth Weiss optó por una línea de conducta muy interesant­e, al perfilar los vasos comunicant­es de esta pieza con el estilo de los grandes clavecinis­tas franceses. En resumen, es preciso aplaudir que en medio de tanta papilla “musical” navideña, la Sociedad de Música de Cámara del Lincoln Center haya elegido realizar esta magnífica, auténtica celebració­n, con estos conciertos que ofrecen al oyente atento porciones iguales de matemática­s y arquitectu­ra para el cerebro, y de poesía y placer para el alma. No hay mejor música que esta, de lo cual dio testimonio una frase grabada en el interior de la tapa del clavecín de Kenneth Weiss: To Wake the Soul by Tender Strokes of Art.

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