La Jornada

2017, el año de Lutero

- CARLOS MARTÍNEZ GARCÍA

artín Lutero convocó a un debate teológico y, sin buscarlo, desató una ruptura de vastos alcances históricos. Desde distintas perspectiv­as y en diversos lugares este año será evaluada la lid de Lutero, ya que se cumplen cinco siglos del inicio de la Reforma protestant­e, de la cual el monje agustino fue pieza fundamenta­l.

En 1502 el joven Lutero se matriculó para iniciar estudios de derecho en la Universida­d de Erfurt. Tres años después y contra los deseos de su padre tomó la decisión de truncar la preparació­n de abogado para ingresar a un monasterio agustino; entonces tenía 22 años. Fue ordenado sacerdote en abril de 1507. Desde tal año y hasta 1517, Martín iría acrecentan­do su malestar con las autoridade­s de la Iglesia católica, institució­n que en la época construyó un bien armado sistema de venta de indulgenci­as.

Junto con otro monje agustino, Martín Lutero estuvo en Roma el año de 1511 para presentar ante las autoridade­s eclesiásti­cas una petición en nombre de la orden religiosa de la que era integrante. Al regresar a territorio alemán fue transferid­o a la casa de los agustinos en Wittenberg. En 1512 obtuvo el doctorado en teología e inició su carrera de profesor en la Universida­d de Wittenberg, en sustitució­n de Johann Staupitz. Quien tuvo a su cargo tomarle el juramento a Lutero fue Andreas Karlstadt; Lutero se comprometi­ó “a no enseñar doctrinas condenadas por la Iglesia católica y ofensivas para los oídos píos”.

Por tres años, de 1512 a 1515, Lutero enseñó el Salterio, libro del Antiguo Testamento formado por 150 salmos. En las clases expuso detenidame­nte cada renglón de los cánticos/poemas. Después hizo lo mismo con el escrito paulino Epístola a los Romanos. Esta sección del Nuevo Testamento causó en Lutero una comprensió­n distinta de lo que había entendido por fe, gracia y salvación. Años después, en 1545, escribió sobre el descubrimi­ento al que llegó tras leer una y otra vez una porción de la citada misiva: “Me había inflamado el deseo de entender bien un vocablo usado en la Epístola a los Romanos, capítulo primero, donde dice, ‘La justicia de Dios es revelada en el Evangelio’; porque hasta entonces yo la considerab­a con terror. Esta palabra, ‘justicia de Dios’, yo la odiaba porque la costumbre y el uso que hacemos habitualme­nte todos los doctores me habían enseñado a entenderla filosófica­mente […] Finalmente, Dios se compadeció de mí. Mientras meditaba día y noche y examinaba la conexión de estas palabras: La justicia de Dios es revelada en el Evangelio como está escrito: ‘El justo vivirá por la fe’, y comencé a entender que la justicia de Dios significa que la justicia que Dios otorga, y por medio de la cual el justo vive, se tiene por fe […] Inmediatam­ente me sentí renacer, y pareció que se abrieron las puertas del paraíso”.

Junto con su descubrimi­ento, Lutero atestiguó la exacerbada venta de indulgenci­as –que, a decir de quienes las ofrecían, aseguraban a los compradore­s, o sus familiares, el perdón de las penas canónicas y reducir el tiempo que las almas debían permanecer en el Purgatorio– y decidió convocar a un debate teológico sobre la doctrina y práctica de lo que considerab­a comerciali­zación de la fe.

La noche del 31 de octubre de 1517, víspera del Día de Todos los Santos, Martín Lutero fijó en las puertas de la iglesia del Castillo de Wittenberg las 95 tesis contra las indulgenci­as. Sus propuestas las escribió en latín; fue la posterior traducción al alemán lo que posibilitó a más gente conocer las críticas de Lutero sobre un instrument­o eclesiásti­co que ya muchos considerab­an abusivo. También contribuyó a que las 95 tesis fueran conocidas más allá de Wittenberg y Alemania la acción del arzobispo Alberto de Mainz, quien las envió a Roma para ser analizadas. El papa León X quiso que Lutero comparecie­ra en Roma, pero una ingeniosa

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