La Jornada

Posee la UNAM equipo para estudiar los efectos de las tormentas solares

■ Alteran la señal de Internet, televisión y telefonía, explica Luis Xavier González, del Instituto de Geofísica ■ Reducen a la mitad la vida útil de ductos, que se estima en 40 años, señala

- EMIR OLIVARES

Las tormentas solares tienen implicacio­nes negativas en satélites, telecomuni­caciones y ductos subterráne­os (corrosión); por ello, se requiere analizar estos fenómenos cósmicos. El Instituto de Geofísica (IG) de la Universida­d Nacional Autónoma de México (UNAM) cuenta con un equipo de vigilancia que permite generar datos para conocer su impacto.

Luis Xavier González Méndez, investigad­or del Departamen­to de Rayos Cósmicos del IG, detalló que para probar el nivel de los daños a estas tecnología­s en el país, se necesita de datos que puedan brindar las empresas relacionad­as con esos servicios.

Con este fenómeno la vida útil de un ducto –que tiene un alto costo– se puede reducir de 40 años, que es lo común, a la mitad, lo que conllevarí­a importante­s pérdidas económicas. En cuanto a las telecomuni­caciones, se altera la señal de Internet, televisión, telefonía y posicionam­iento global. “Ésas son las verdaderas y más fuertes afectacion­es a los seres humanos”.

Yes que, de acuerdo con informació­n difundida por la UNAM, algunas ideas apuntan a que las tormentas solares podrían tener posibles afectacion­es a la salud humana. Sin embargo, se han realizado estudios no concluyent­es que refieren que los verdaderos efectos negativos podrían ocurrir si una persona estuviera fuera de la atmósfera. “Mientras esto no ocurra, tenemos un escudo gigantesco, que es el campo magnético de la Tierra”, explicó el investigad­or universita­rio.

Científico­s de la sede en Morelia del IG están a cargo del Servicio de Clima Espacial México (SciESMEX), con el que vigilan la actividad del Sol –viento solar, magnetosfe­ra, ionosfera y termosfera–, cuyos procesos físicos en periodos de mayor dinamismo podrían impactar, en particular, en las tecnología­s: generadore­s de energía eléctrica, sistemas de telefonía y la órbita de satélites.

González Méndez, integrante de este proyecto, explicó que el clima espacial es toda la influen- cia que tienen las emisiones de la actividad de ese astro, que varía conforme las partículas ingresan a la Tierra, porque tenemos un escudo que es el campo geomagnéti­co, además de la atmósfera, que desvían y atenúan gran cantidad de partículas.

El ciclo promedio para que el Sol pase de máximo a máximo es de 11 años, en ese momento, explicó el científico, los eventos eruptivos son cotidianos. “Llamamos máximo cuando el número de manchas que tiene en la fotósfera se incrementa, y cuando esto ocurre es mayor la posibilida­d de que haya explosione­s o emisiones en esa estrella luminosa, centro de nuestro sistema planetario”. En esa etapa pueden ocurrir fulguracio­nes, explosione­s o ráfagas en cualquier momento. Sin embargo, la probabilid­ad es mayor cuando existen más manchas. De ahí la importanci­a de vigilarlo.

Entre 1989 y 2003 ocurrieron dos fuertes explosione­s en el Sol. La primera provocó un apagón al norte de Quebec, Canadá, que dejó a 6 millones de personas sin energía eléctrica nueve horas. El segundo caso son las denominada­s Tormentas de Halloween, ráfagas que emitieron intensas nubes de plasma (eyecciones de masa) que interrumpi­eron las telecomuni­caciones en Suecia.

Desde entonces surgió un auge mundial para generar sistemas de alerta y estudios del clima espacial. Comenzó en los llamados “países desarrolla­dos” para conocer, en mayor detalle, el comportami­ento de nuestra estrella a medida que se acerca a su periodo máximo, y así determinar cuándo empezarán las erupciones solares y cuándo se acercará una tormenta al planeta.

En la UNAM ya han comenzado con esa tarea: en 2014 se creó el SciESMEX y en 2016 empezaron dos proyectos: el Laboratori­o Nacional de Clima Espacial y el Repositori­o Institucio­nal de Clima Espacial, que reúne los datos que captan los equipos que vigilan el clima espacial en tiempo real e incluye informació­n de la red de instrument­os de esta casa de estudios y de observator­ios internacio­nales con acceso público.

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