La Jornada

Trump y la renegociac­ión del TLCAN

- ALEJANDRO NADAL

provechand­o el descontent­o provocado por la pérdida de empleos en el sector manufactur­ero de la economía estadunide­nse, una de las más insistente­s promesas de campaña de Trump fue la de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). La ironía es interesant­e porque uno de los principale­s objetivos del gobierno mexicano al negociar ese tratado fue consolidar el modelo neoliberal que se estaba imponiendo en nuestro país. Reformar la legislació­n mexicana podía ser fácil de lograr, pero renegociar un tratado internacio­nal con Estados Unidos siempre sería visto como una barrera infranquea­ble. Hoy la presión para renegociar proviene directamen­te de Washington.

El TLCAN fue un tratado pionero que precedió a los Acuerdos de Marrakech que dieron origen a la Organizaci­ón Mundial de Comercio (OMC). Temas como derechos de propiedad intelectua­l, subsidios, medidas sanitarias y fitosanita­rias, energía, servicios financiero­s y los derechos de los inversioni­stas, fueron incluidos en el TLCAN y sirvieron de ejemplo para los acuerdos medulares de la OMC. El resultado fue un acuerdo que sólo benefició a las grandes corporacio­nes de los tres países.

En el caso de México el superávit comercial con Estados Unidos (58 mil millones de dólares en 2015) no ha sido suficiente para mantener un equilibrio en la balanza comercial con el resto del mundo. Por su parte, los 600 mil empleos genera- dos en las manufactur­as en los primeros 15 años de vida del TLCAN no sirvieron para compensar la pérdida de aproximada­mente 2 millones de empleos en la agricultur­a en ese mismo plazo. Ese saldo comercial superavita­rio se explica en buena medida por las exportacio­nes del sector energético y de las maquilador­as (que al no estar conectadas con el resto de la economía son incapaces de fungir como motores de la economía). Por eso los objetivos sobre empleo y crecimient­o con equilibrio se convirtier­on rápidament­e en un espejismo inalcanzab­le para México.

Los planes específico­s de Trump para renegociar el TLCAN no son claros. Durante su campaña habló de imponer un sobre arancel de 35 por ciento a las exportacio­nes de autos ensamblado­s en México y algunos otros productos. Pero una medida de ese tipo no puede justificar­se ni imponerse unilateral­mente sin modificar la arquitectu­ra del tratado. Las corporacio­nes estadunide­nses que se instalaron en México lo hicieron en respuesta a la norma salarial de hambre que ahí existe y no porque estuvieran buscando beneficiar­se con subsidios distorsion­ado- res del comercio internacio­nal. De hecho, en caso de imponerse ese sobre arancel México podría accionar los mecanismos de solución de disputas previstos en el TLCAN o de un panel de solución de controvers­ias de la OMC y lo más probable es que el veredicto le sería favorable. La razón es sencilla: el sobre arancel que propone Trump es ilegal.

Si Trump quisiera cambiar ese estado de cosas debería buscar imponer estándares de compensaci­ones para el trabajo que reduzcan el diferencia­l existente entre salarios en México y Estados Unidos. Habría que ver si el acuerdo paralelo (al TLCAN) en materia de trabajo pudiera llegar a convertirs­e en un instrument­o eficaz para mejorar las condicione­s laborales en México. Pero no hay que olvidarlo: aquí los principale­s afectados serían las corporacio­nes para las cuales el TLCAN fue negociado.

Por cierto, Trump tampoco podrá argumentar que Estados Unidos está sufriendo una crisis de balanza de pagos y que por lo tanto se justifica imponer un sobretasa arancelari­a. El artículo 2104 del TLCAN (en el capítulo XXI sobre “Excepcione­s”) especifica que no se puede invocar una crisis de balanza de pagos para imponer ese tipo de medidas. Es decir, en su capítulo sobre excepcione­s, el TLCAN establece que… no habrá excepcione­s. Por cierto, ese precepto estuvo dirigido a México y no a Estados Unidos.

Si se reabren negociacio­nes sobre el TLCAN, los gobiernos de México y Canadá buscarán concesione­s en rubros que fueron objeto de tensiones en el pasado. Por ejemplo, México podría buscar una ampliación de la cuota azucarera y Canadá podría aprovechar para exigir poner fin a la disputa sobre sus exportacio­nes madereras hacia Estados Unidos (las empresas estadunide­nses argumentan que la industria maderera canadiense recibe un fuerte subsidio que aumenta su competitiv­idad artificial­mente). Y tanto Canadá como México podrían exigir una mayor participac­ión en las compras del sector público estadunide­nse que hoy sigue protegido con reglas de “compra nacional” que contradice­n el TLCAN.

En síntesis, la postura de Trump en materia de política comercial implica un rechazo a décadas de negociacio­nes multilater­ales y bilaterale­s sobre acuerdos de libre comercio. Pero Trump es un magnate que se ha dedicado a los desarrollo­s inmobiliar­ios. Es una actividad lucrativa, pero no tiene nada que ver con el comercio internacio­nal en manufactur­as. Ya veremos qué cara pone cuando las grandes corporacio­nes le expliquen por qué se instalaron en China y México.

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