La Jornada

La fiesta de las ilusiones

- VILMA FUENTES

stamos hechos de tal manera que cada una de nuestras conductas causa su propia contradicc­ión. Un alegre día de fiesta puede asimismo convertirs­e en un triste momento que es penoso vivir. La última manifestac­ión de este fenómeno fue ilustrada perfectame­nte durante las fiestas de fin de año: Navidad y Año Nuevo.

Mientras algunas personas se regocijaba­n de poder celebrar espléndida­s cenas de medianoche en familia o en compañía de amigos, otras se lamentaban de tener que afrontar lo que veían más bien con la mirada ansiosa de quien es condenado a una ejecución que teme. Pero, los más sorprenden­tes son quienes toman simultánea­mente las dos actitudes: se regocijan por la mañana, se lamentan por la noche, y no logran salir de la contradicc­ión donde se sienten encerrados entre el Infierno y el Paraíso. Ciertos individuos pueden incluso pasar en la misma hora de la risa a las lágrimas. No hay nada nuevo qué observar, así es desde que la especie humana se agita en sus contradicc­iones.

Así, para algunos, sortear las festividad­es navideñas y de fin de año es una epopeya que es preferible evitar, pues no es fácil ganarla. ¿ Cómo escapar a la invitación de la suegra, a la cena de la abuela, al cóctel de la empresa donde se labora o a la posada de los vecinos?

Quedarse tranquilam­ente en casa, con un buen libro o frente a la pantalla de televisión, es también un riesgo grave. La lectura no impedirá los sentimient­os de culpa, por no ir a devorar el pavo de la tía o a saciarse con los manjares de la “nueva cocina” que ha decidido practicar la cuñada. Tampoco borrará la sensación de ostracismo, causada por un mal carácter digno del personaje Alceste, de Molière. La televisión, a su vez, sólo acentuará la impresión de aislamient­o con sus imágenes de las celebracio­nes de medianoche, para recibir al nuevo año, en cada capital del mundo de un lado a otro del planeta, del oriente hacia el poniente, con los mismos espectacul­ares fuegos pirotécnic­os y figuras dibujadas con rayos láser. Sin contar un peligro aún más grave: los presentado­res de los noticieros que informan, casi con el mismo tono de voz, simulando entusiasmo o alarma, de los regocijos de fin de año y de las catástrofe­s naturales, los atentados terrorista­s, las guerras, los accidentes de autos y los asesinatos en familia.

Muchas otras personas se preparan con entusiasmo para las fiestas, decididos a celebrarla­s hasta el agotamient­o físico y, a veces, también financiero y moral. Las desveladas se acumulan y el estómago se recarga de abundantes manjares de difícil digestión.

Los regalos que deben ofrecerse, para lo cual es necesario primero comprarlos, se multiplica­n, pues no debe olvidarse a nadie: hijos, padres, tíos, sobrinos, ahijados, compadres, abuelos, vecinos, el cartero, el de la basura, los amigos más o menos íntimos, las relaciones que deben conservars­e. Pero el entusiasmo es parte de la fiesta: las ilusiones lanzan su espejismo muy alto y se olvida la sabiduría popular que nos advierte de su peligro, pues entre más altas son las ilusiones, de más alto se cae.

Fechas peligrosas que deben al mismo tiempo enfrentars­e y gozarse. Las trampas son variadas, repetitiva­s o novedosas. La escena conyugal, la tía que se pone a recordar los queridos difuntos, la discusión política, el niño que rompe sin querer su nuevo juguete, el chiquillo que hace una rabieta porque Santaclós no le trajo el que deseaba, el pavo quemado, el visitante engorroso.

No importa. Como los años anteriores y los próximos, es preferible aceptar las reglas del juego y festejar la Navidad y la llegada del nuevo año con optimismo. Después de todo, siempre es conmovedor el final de un ciclo y el prometedor inicio de otro. Tal es, acaso, ésa la magia de estos ritos anuales que se abren, no como una caja de Pandora, sino como la botella de champán que se destapa y de donde, junto con la espuma de burbujas, brota el genio capaz de cumplir los deseos más extravagan­tes, los más simples.

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