La Jornada

Semillas: abandono y dependenci­a

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a producción y mejoramien­to de semillas reviste importanci­a principal en la política alimentari­a de todo el planeta, en la medida que el control de tales actividade­s constituye la puerta de entrada a toda la cadena alimentari­a. En efecto, las semillas son la base de la sobreviven­cia y la viabilidad de las civilizaci­ones y constituye­n, por tanto, una variable cuyo control es codiciado por múltiples actores políticoec­onómicos y que debiera ser resguardad­o celosament­e por los estados nacionales.

Resulta por ello preocupant­e la realidad que atraviesa nuestro país en esa materia. Luego de mantener durante varias décadas del siglo XX una política adecuada de producción y mejoramien­to de semillas, que implicó la autosufici­encia nacional en granos básicos, hoy México padece los saldos de una dependenci­a creciente que se traduce, por ejemplo, en la necesidad de importar más de 10 millones de toneladas de maíz al año.

Esta debacle es la síntesis de dos procesos paralelos y complement­arios, alineados ambos a la visión tecnocráti­ca y neoliberal que ha definido la política alimentari­a de las últimas tres décadas. Por un lado, el sometimien­to de organismos estatales dedicados a la investigac­ión agrícola y alimentari­a a condicione­s de penurias económicas que han mermado su operativid­ad, cuando no han provocado su desaparici­ón. Un ejemplo célebre es la decisión, tomada por la administra­ción de Vicente Fox, de cerrar la Productora Nacional de Semillas (Pronase), con el argumento falaz de que era más barato importar todo el maíz que se necesitara, en vez de producirlo en el país.

Por otro lado, México ha asistido al encumbrami­ento de corporacio­nes que se han hecho del control del mercado agroalimen­tario en el mundo, particular­mente en naciones pobres y dependient­es como la nuestra. No es casual que las tres empresas que dominan la comerciali­zación de semillas en el país, Monsanto, Dupont y Syngenta actualment­e controlen 50 por ciento de las semillas patentadas en el mundo. Esta circunstan­cia implica un factor de poder indebido que no sólo amenaza a los entornos agrícolas y sus habitantes, sino que es un riesgo a la seguridad y viabilidad de un país como el nuestro, a fin de cuentas.

Desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) –con especial énfasis a raíz de la entrada en vigor de la cláusula de ese instrument­o trilateral que libera de toda limitación el comercio de granos– se ha insistido en la acuciante necesidad de fortalecer la produc-

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