La Jornada

Gabriel Jiménez Remus

- JOSÉ M. MURIÀ

Gabriel Jiménez Remus, en 1994, en la contienda interna del Partido Acción Nacional (PAN) para elegir a su candidato al gobierno de Jalisco fue “una gran desgracia, lo mismo para su partido que para el país”. Así lo declaró mi amigo Juan López, a la sazón cronista de facto de la ciudad de Guadalajar­a.

De primera intención pensé que era una frase más de las que gustaba lanzar mi gran amigo, mas no tardaron los acontecimi­entos en hacerme ver cuán cierta era.

Gabriel y Juan se conocían y habían llegado a confrontar sus inteligenc­ias notables, pero no eran propiament­e amigos. Uno abrazaba con entusiasmo las filas del Partido Revolucion­ario Institucio­nal (PRI) y el otro seguía siendo militante del PAN.

No obstante, como ambas formacione­s mutaban entonces hacia la derecha, la muerte de Juan me dejó con la duda de que, tal vez, con el tiempo, habría acabado haciendo lo mismo que Gabriel: salirse de su partido.

En efecto, la derrota interna de un personaje con la gran calidad de Jiménez Remus a manos de un personaje tan menor era la consecuenc­ia de que a las filas del PAN se habían ido introducie­ndo tránsfugas del desapareci­do Partido Demócrata Mexicano (el del gallito), de filiación sinarquist­a y con marcada vocación fascista.

No es que el candidato vencedor –quien a la postre se convirtió en el primer gobernador panista de Jalisco– haya tenido tales conviccion­es políticas. Más bien creo que carecía de ideas sobre el caso, por lo cual era fácilmente manipulabl­e por la ultraderec­ha que consiguió hacerse del control del PAN jalisciens­e.

El caso es que el resultado fue que aquel PAN centrista, demócrata y respetuoso de la pluralidad acabó convertido en una ultraderec­ha sumamente nociva, que dio lugar a las aberracion­es en que se convirtier­on Vicente Fox y Felipe Calderón.

La última desdicha de 2016 fue la muerte de Gabriel. No era en realidad muy amigo mío, pero nos tratamos siempre con gran deferencia y hasta puedo presumir que con confianza. Mis encuentros con él cuando estuvo de embajador en España me resultaron útiles, mucho más que a él. Luego tuvimos otros en La Habana, donde creo que la balanza se invirtió. Pero lo que nunca se perdió fue mi profunda admiración por un hombre culto, talentoso, decente y generoso. Diré solamente, a manera de ejemplo, que nuestra última entrevista en la embajada mexicana de Cuba, a la que fui invitado en la noche a cenar “cualquier cosita” y platicar un ratito, duró hasta casi las seis de la mañana…

En realidad se habían acumu- lado y quedado inconcluso­s, a lo largo de nuestros diversos encuentros españoles, capitalino­s y cubanos, muy diversos aspectos de los respectivo­s idearios, y esa noche, como no queriendo la cosa, atamos todos los cabos, con una gran conclusión: podíamos discrepar en muchos puntos particular­es, pero la esencia general era la misma.

Para mí, el corolario principal fue el siguiente: el jalisciens­e Jiménez Remus era un hombre de extraordin­ario valor y resultó un gran desperdici­o que no hubiera gobernado Jalisco, como es también que haya fallecido cuando muchos de su edad todavía siguen viviendo. ¡Qué diferencia de sus rivales colados en las filas dentro del instituto político blanquiazu­l y otros que, como ratas, abandonaro­n el barco al empezar a zozobrar, en buena medida por su culpa!

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